viernes, 21 de diciembre de 2012

La juventud encontrada






Nicolás Días y Martín Lionello, ingenieros de la Universidad de Quilmes.



Abracé al flamante ingeniero Nicolás Días con la emoción de quién estrecha a un ídolo. Dicen que los ingenieros son poco afectos a la expresión corporal sensible. Sólo mitos erróneos para considerar que ellos en su capacidad de cálculo, análisis y proyección prescinden del sentimiento. En realidad muchos ingenieros saben contener esos torrentes para llegar a buen puerto y habíamos abrazado a uno de ellos.

Ante preguntas tales como “dónde está la noticia”, “el truco” o “la anécdota” o frente a quienes sacan pecho para sentenciar que "la mayoría de los abrazos son emotivos" y además "es fútil el rescate de las buenas nuevas" diremos que no compartimos el ejercicio estoico. Quizás para otros las bocanadas de aire se magnifican en el exhibicionismo de las redes "antisociales". Sólo diremos que la historia de Nicolás merece luz pública.
Hecha la salvedad descontamos que quienes ya lo conocen serán nuestros "cómplices".

Hace nueve años en la Costa Atlántica Bonaerense Nicolás me decía que ésas serían sus últimas vacaciones antes de ingresar a la Universidad. “No sé cuándo volveré a una playa tío” y acomodó su plato del postre. Compartíamos con su hermana Victoria y mi hijo Juan Pablo, la sobremesa en el restaurante de un hotel de San Bernardo.

Nicolás no hizo ese comentario con tristeza o nostalgia, sólo anticipó sus pasos, muy sereno. Ninguna coincidencia al recuerdo -con humor- de cuando 20 años atrás jugaba conmigo al "World Trophy Soccer" en la Play Station. Allí en su apetencia por la victoria supo desenchufar la máquina cuando el resultado o el trámite del partido no lo favorecían. ¡Vaya si hizo escuela! Meses después también jugando con esa máquina mi hijo se quedó con el cable en la mano, mirándome con los ojos desorbitados, la sonrisa nerviosa. 
Satisfecho al fin de haber dado por terminada la competencia...

Regresemos a la huella de Nicolás, porque ese berrinche de niño es más que un detalle. Allí tomó una señal para germinar y anotó en su memoria los objetivos: no jugaría conmigo a la "Play" hasta contar con la seguridad de que sus posibilidades de triunfo rozarían el 90%. Y cumplió.
Así también se defendió de la vida muchísimas veces, con inteligencia, palpando el sentimiento. Dejó brotar alguna lágrima pero sujetó la emoción. Nicolás creció en barrios “delicados” del sur del Gran Buenos Aires, entre otros chicos, esos que en una escala de valores comprensible, se alejan del verbo aprender mientras flotan o se pierden en los límites de las reglas de los juegos de "altísimo riesgo" y de la injusticia social.

A Nicolás no lo sorprendían, ni lo sorprenden algunas noticias que se ven en la televisión. Cursó desde pequeño la materia “Realidad”. ¿Un breve ejemplo? Cierta mañana lucía su camiseta de Racing mientras caminaba por Dock Sud. Tuvo que rescatarlo su mamá de unos imbéciles, grandulones y aspirantes a barras brava que intentaron agredirlo. El chico tenía once años pero su sabiduría lo templó para alejarse de las salidas "fáciles" como creer que "a ésos hay que matarlos a todos”.

Nicolás sorteó cada escollo, solo perdió algo de paciencia cuando familiares, amigos, vecinos o conocidos lo requerían para que “le pegara una mirada a su computadora” o “se fijara si podía hacer correr un programa”. Algún rezongo en resoplidos, nada más. 

Coleccionamos alguna de sus sonrisas: jugando con amiguitos en el Barrio Pepsi de Bosques de visita en la casa de sus abuelos Mario y Yuyi, bailando en el casamiento del Tío Yuyo, el día que tomó la Comunión o corriendo por la arena en San Bernardo. Desde esa playa Nicolás reservó sonrisas para los momentos exigentes hacia una meta. “Tengo que estudiar tío, ¿qué se puede hacer sin aprender en esta vida?” me preguntó.

Nicolás fue, es y será un torrente de buenas noticias en mi vida, más allá de los contactos esporádicos que podamos tener. Tal falta de asiduidad no le impidió tomar un compromiso de honor: “Tío, le hablo siempre a tu hijo sobre la importancia de estudiar. ¡Quedate tranquilo que  te ayudo!” Atesoro ese gesto.

En el mismo tono amable rindió su último examen en la Universidad de Quilmes, y explicó junto a su compañero Martín Lionello –de Florencio Varela- un proyecto que desarrollaron durante dos años. Fue la tesis acuñada por dos pibes de barrio que aceptaron un desafío superior al “Sueño Americano”. Durante casi una hora y media ofrecieron su investigación a los profesores. Con proyección de imágenes, un prototipo, punteros láser y calidez. Sí, diríamos con ternura para hablar de megabytes, chips, circuitos y otros elementos.

Dos chicos que en menos de una década pasaron del “Family Game” a la “Ingeniería de la Automatización y Control Industrial”. ¡Vaya si aprobaron cada escala!

El epílogo nos permite deslizar una amable invitación: evitemos la generalización en cuanto a que "la juventud está perdida”. Resistimos a ese facilismo y citaremos una de las últimas respuestas de Nicolás a la mesa examinadora como prueba de "conciencia social". Se lo consultó sobre la alternativa de desarrollar dispositivos o controles más exigentes para su prototipo. Palabras más palabras menos, sin bajar la mirada y sonriente Nicolás dijo: “Sí claro, existen otros sistemas de verificación, pero para nuestro presupuesto eso era inalcanzable. Aún así los controles están...”

Segundos después vibró el aula 213 de la Universidad quilmeña. Allí -donde por una sana y generosa decisión de sus autoridades- familiares, compañeros y amigos pueden asistir al último examen de los estudiantes. Fue un telón con emoción, lágrimas y un largo aplauso. 
Nicolás Días y Martín Lionello alcanzaron una gran meta.

Ya son ingenieros, agregaron otro título a sus vidas, antes ya eran ejemplos diplomados. 

Damos fe.


3 comentarios:

  1. El juego era el world trophy soccer =)

    http://www.youtube.com/watch?v=sUhLa6Qi1KY

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