lunes, 16 de julio de 2012

Sala de Periodistas



“La sensibilidad no es una virtud, pero tampoco un defecto”, coincidimos con mi profesora Graciela Colominas y un rato después de plastificar mi credencial del diario BAE iba camino a la Casa Rosada para cubrir el encuentro de la Presidenta con los dirigentes sindicales alineados con el metalúrgico Antonio Caló. Natalia Vaccarezza me adelantó el trámite ya que por una “nana”, ella, mi compañera no estaría en su puesto de periodista acreditada.  Y ahí llegué buscando algún escritorio para la guardia. Felipe Celesia me invitó unos mates, vi a Roberto Di Sandro escribir en su Olivetti Lexicon (léase máquina de escribir), Leo Míndez de Clarín recordó que habíamos jugado en el mismo equipo cuando Mastercard organizó en el Monumental de Núñez un torneo relámpago para periodistas en 2010.
Consulté a Gabriel Buttazzoni, mi editor, sobre algunos tópicos de la nota y le dije: “ya estoy en la sala de prensa…”. Me corrigieron al instante, “¡es la sala de periodistas!”. La voz la conocía, pero al rostro de mi interlocutor le comencé a quitar años hasta que encontré a Bernardo Goncalvez, mi compañero en la carrera de “Comunicación Social”. El no me conoció, se disculpó incluso por no identificarme ya que luzco el mismo peinado que el Indio Solari. Tres monitores para los canales de noticias, un acto de la Presidenta con anuncio económico como bonus track silenciaron la sala. Luego llegaron los incidentes en San Lorenzo, se corrió la voz sobre la llegada de los representantes sindicales y más. Era el ritmo de la sala que imaginé muchas veces, y los teléfonos de línea superados por los celulares, sonando. “Cierren la puerta que hace frío” un pedido femenino reiterado para los visitantes que por una tarde se mezclan con los acreditados.  
Entre tanto vértigo, me permití una pausa y repasé algunos conceptos que recibí de estudiante, entre ellos la semblanza de que un periodista muchas veces es “malhumorado por naturaleza”.  Por las dudas uno trata en estas circunstancias de quedarse quieto y no hacer ruido.
“¡Susana, acá hay un alumno tuyo!” vociferó Goncalvez a Susana Grassi, que fue nuestra profesora y además autora de la advertencia amable sobre el “malhumor de este oficio” que recibí décadas atrás.
“¡Ahora no puedo!” dijo Grassi cortante. Cinematográfica secuencia, Susana la misma que me había advertido sobre climas, oficio y libertad. Y nobleza obliga, Susana Grassi, que aquella tarea docente la ejerció durante la dictadura, lo cual redobla el valor de aquel que te invitó a pensar libre. A esta altura corresponde decir que disfruté cada instante compartido en un lugar con mística sobre la historia del periodismo argentino. Y esa acumulación de tiempo incluye buenas y malas.
En el monitor más amplio se vió a Cristina comenzar su charla con los dirigentes gremiales. Hasta que la Presidenta ordenó que “se apagara la lucecita roja” para charlar un “ratito” con los invitados. Susana Grassi terminó de escribir su despacho, se acercó amable y elegante como manejaba la clase, me dio un beso y acercó unos papeles “acá está la lista de los representantes sindicales que están en la reunión. ¿La tenés?”
Son los gestos que señalan a buenos colegas, y se lo agradecí. Entre tutearla o "ustedearla" elegí la tercera opción, llamarla “profesora” tal el cargo que ostenta en mi formación. Creo que Grassi se sonrojó y me dijo, “pero no comentes que también digo palabrotas”.
Sonó el teléfono de línea, atendió una colega que dio el alerta “¡los sindicalistas se van, no dan conferencia. Hay que agarrarlos en la salida, bajemos rápido que se van!”. La despedida de la sala fue de apuro, prioridad para el  “Detrás de las Noticias” a pescar un “off” o grabar un “on”. Con el cierre en reloj de NBA marcando los últimos minutos del último cuarto. Me gustó estar ahí y poder contarlo aquí.