lunes, 31 de diciembre de 2012

Doña Amanda, el espíritu de las fiestas







"Los grandes secretos se aclaran en perdurar”, fue la respuesta que una vez me dedicó doña Amanda, vecina ilustre del viejo Barrio Parque Bernal, ante una de las tantas preguntas que me animé a acercarle en razón de que mi familia destacaba en ella un paladar exquisito para la lectura y su participación en la “Christian Science”, una escuela cristiana que pondera el valor de esa religión y el poder de sanación. Amanda, hija de genoveses, compartió un matrimonio feliz con José, un farmacéutico y buen samaritano. De los boticarios de antes, aquellos que acercaban medicamentos gratis a los vecinos más pobres, cuando en los barrios ni se imaginaba la globalización de las cadenas de farmacias y su trato impersonal con los clientes.


Amanda tenía el único teléfono de todo el barrio, y le llegaban llamadas para el resto de los vecinos, mensajes de trabajo, nacimientos, viajes, fallecimientos, todo pasaba por el teléfono negro de "Doña Amanda" y ella permitía devolver la llamada. El favor no era menor, por aquel entonces en Bernal los teléfonos públicos se encontraban en la “central” de Belgrano casi Nueve de Julio donde las operadoras -enchufando cables en un tablero- generaban el milagro de la comunicación. 
A veces la cuestión demandaba horas de espera y varios pesos.


"Doña Amanda" era su rango vecinal, ella tenía además una habilidad proverbial para el juego de Canasta que enseñó a mi madre y tías. La Canasta, un juego de naipes que –aseguran- exige una memoria destacada para calcular qué cartas van quedando en el mazo, cómo armar juego en esa dinámica y para “robar” los pozos que habilitarán una gama de naipes con mejor puntaje.
Con la misma picardía Amanda, pero en el papel de "Celestina", quería tentar a mi tía Nelly para que la acompañara a la “Christian Science” de la Capital y regresar a Bernal en el tren de las 22 desde Plaza Constitución. “¡Nena, ahí viajan los cadetes de la Escuela Naval de Río Santiago, unos churros bárbaros! Acompañame y quién te dice, ¡te ponés de novia!” recuerda Nelly, riéndose a carcajadas por su negativa a intentar tal aventura. "¡Tenía 20 años!" recuerda.

Comenzaba la década del 60', tiempos duros, posteriores a la “Libertadora” de 1955, remezón mediante para que el yerno de Amanda se exilara en Venezuela. Esa obligatoria mudanza alejó también a su hija “Monona” y a su nieta. Algo que según mis tías caló hondo en el sentir de Amanda. El exilio de su yerno, la muerte de su esposo y de su hijo Alfredo -que se había embarcado como marinero- le quitaron sonrisas, la aislaron en dolor y templaron su espíritu.

Solía acompañar a mi tía en las visitas a la casa de Amanda, siempre había un vaso de Pepsi muy fresca para mí, la antigua Pepsi, antes de que modificaran su fórmula para asemejarla al sabor de la Coca Cola. Esa gaseosa era un premio, porque salvo en algún cumpleaños en mi casa no se las tomaba. La sobrina de Amanda, Dolly era una de esas chicas que llevándonos algunos años, nos trataba con paciencia y cariño. Algo no muy frecuente para cierta crueldad de los niños en sus interrelaciones con otros pares.
En cada visita, le preguntaba algo a Amanda y sus reflexiones se mantuvieron inalterables en el tiempo o revitalizaron su valor y jerarquía según crecí recordando esas prolijas explicaciones.

Es el caso de un ritual con el que amenizó su progresiva e inevitable soledad a partir de la muerte de su esposo, su hijo y el exilio de su hija, yerno y nieta. Ritual que deslizó en cada fiesta de Navidad y Año Nuevo. Ella preparaba la mesa de la cena, con los cubiertos para cada comensal que debía estar allí pero jamás llegaría. Una servilleta, los platos para la comida y el postre, copa de vino, copa de agua, copa de brindis. Flores adornando los manteles bordados a mano.
Las sillas alineadas a los costados de la mesa, en la cabecera se sentaba Amanda, vestida para la ocasión, con sus labios pintados de carmesí, los aros más bonitos que puede lucir una mujer coqueta que mira de frente el correr de los años. Y allí cenaba. La espera al llamado desde Venezuela –a simple vista- no la dominaba con ansiedad, ella disfrutaba de esos placeres que algunos realzan de la vida.
La influencia de la “Christian Science” quizás se traslucía ese ritual, sobre una mesa servida para 6 comensales donde sólo ella cenaba y bebía en silencio. La soledad no querida, la soledad que le había deparado la vida. Si algún dejo de tristeza o nostalgia la afligía no lo demostraba. De esa forma, tomándome la mano, respondió mi cuasi insolente pregunta de futuro periodista para saber el por qué de preparar esa mesa para tantos ausentes con aviso.

“¿Sabés Luisito? Ellos están. Algunos en Venezuela, otros en un largo viaje a un lugar mucho más lejano. Quizás ya habrán llegado y descansan en paz. Pero pongo la mesa para todos, brindo con todos porque ellos están en mi corazón, como yo también estoy en sus almas.  Así de simple querido, ¿no te parece lindo?” y me sirvió Pepsi en una copa de cristal.

Aquella noche de Año Nuevo aprendí a disfrutar el cosquilleo de las burbujas saltando en el cristal. Y desde entonces también brindo por Amanda.


viernes, 21 de diciembre de 2012

La juventud encontrada






Nicolás Días y Martín Lionello, ingenieros de la Universidad de Quilmes.



Abracé al flamante ingeniero Nicolás Días con la emoción de quién estrecha a un ídolo. Dicen que los ingenieros son poco afectos a la expresión corporal sensible. Sólo mitos erróneos para considerar que ellos en su capacidad de cálculo, análisis y proyección prescinden del sentimiento. En realidad muchos ingenieros saben contener esos torrentes para llegar a buen puerto y habíamos abrazado a uno de ellos.

Ante preguntas tales como “dónde está la noticia”, “el truco” o “la anécdota” o frente a quienes sacan pecho para sentenciar que "la mayoría de los abrazos son emotivos" y además "es fútil el rescate de las buenas nuevas" diremos que no compartimos el ejercicio estoico. Quizás para otros las bocanadas de aire se magnifican en el exhibicionismo de las redes "antisociales". Sólo diremos que la historia de Nicolás merece luz pública.
Hecha la salvedad descontamos que quienes ya lo conocen serán nuestros "cómplices".

Hace nueve años en la Costa Atlántica Bonaerense Nicolás me decía que ésas serían sus últimas vacaciones antes de ingresar a la Universidad. “No sé cuándo volveré a una playa tío” y acomodó su plato del postre. Compartíamos con su hermana Victoria y mi hijo Juan Pablo, la sobremesa en el restaurante de un hotel de San Bernardo.

Nicolás no hizo ese comentario con tristeza o nostalgia, sólo anticipó sus pasos, muy sereno. Ninguna coincidencia al recuerdo -con humor- de cuando 20 años atrás jugaba conmigo al "World Trophy Soccer" en la Play Station. Allí en su apetencia por la victoria supo desenchufar la máquina cuando el resultado o el trámite del partido no lo favorecían. ¡Vaya si hizo escuela! Meses después también jugando con esa máquina mi hijo se quedó con el cable en la mano, mirándome con los ojos desorbitados, la sonrisa nerviosa. 
Satisfecho al fin de haber dado por terminada la competencia...

Regresemos a la huella de Nicolás, porque ese berrinche de niño es más que un detalle. Allí tomó una señal para germinar y anotó en su memoria los objetivos: no jugaría conmigo a la "Play" hasta contar con la seguridad de que sus posibilidades de triunfo rozarían el 90%. Y cumplió.
Así también se defendió de la vida muchísimas veces, con inteligencia, palpando el sentimiento. Dejó brotar alguna lágrima pero sujetó la emoción. Nicolás creció en barrios “delicados” del sur del Gran Buenos Aires, entre otros chicos, esos que en una escala de valores comprensible, se alejan del verbo aprender mientras flotan o se pierden en los límites de las reglas de los juegos de "altísimo riesgo" y de la injusticia social.

A Nicolás no lo sorprendían, ni lo sorprenden algunas noticias que se ven en la televisión. Cursó desde pequeño la materia “Realidad”. ¿Un breve ejemplo? Cierta mañana lucía su camiseta de Racing mientras caminaba por Dock Sud. Tuvo que rescatarlo su mamá de unos imbéciles, grandulones y aspirantes a barras brava que intentaron agredirlo. El chico tenía once años pero su sabiduría lo templó para alejarse de las salidas "fáciles" como creer que "a ésos hay que matarlos a todos”.

Nicolás sorteó cada escollo, solo perdió algo de paciencia cuando familiares, amigos, vecinos o conocidos lo requerían para que “le pegara una mirada a su computadora” o “se fijara si podía hacer correr un programa”. Algún rezongo en resoplidos, nada más. 

Coleccionamos alguna de sus sonrisas: jugando con amiguitos en el Barrio Pepsi de Bosques de visita en la casa de sus abuelos Mario y Yuyi, bailando en el casamiento del Tío Yuyo, el día que tomó la Comunión o corriendo por la arena en San Bernardo. Desde esa playa Nicolás reservó sonrisas para los momentos exigentes hacia una meta. “Tengo que estudiar tío, ¿qué se puede hacer sin aprender en esta vida?” me preguntó.

Nicolás fue, es y será un torrente de buenas noticias en mi vida, más allá de los contactos esporádicos que podamos tener. Tal falta de asiduidad no le impidió tomar un compromiso de honor: “Tío, le hablo siempre a tu hijo sobre la importancia de estudiar. ¡Quedate tranquilo que  te ayudo!” Atesoro ese gesto.

En el mismo tono amable rindió su último examen en la Universidad de Quilmes, y explicó junto a su compañero Martín Lionello –de Florencio Varela- un proyecto que desarrollaron durante dos años. Fue la tesis acuñada por dos pibes de barrio que aceptaron un desafío superior al “Sueño Americano”. Durante casi una hora y media ofrecieron su investigación a los profesores. Con proyección de imágenes, un prototipo, punteros láser y calidez. Sí, diríamos con ternura para hablar de megabytes, chips, circuitos y otros elementos.

Dos chicos que en menos de una década pasaron del “Family Game” a la “Ingeniería de la Automatización y Control Industrial”. ¡Vaya si aprobaron cada escala!

El epílogo nos permite deslizar una amable invitación: evitemos la generalización en cuanto a que "la juventud está perdida”. Resistimos a ese facilismo y citaremos una de las últimas respuestas de Nicolás a la mesa examinadora como prueba de "conciencia social". Se lo consultó sobre la alternativa de desarrollar dispositivos o controles más exigentes para su prototipo. Palabras más palabras menos, sin bajar la mirada y sonriente Nicolás dijo: “Sí claro, existen otros sistemas de verificación, pero para nuestro presupuesto eso era inalcanzable. Aún así los controles están...”

Segundos después vibró el aula 213 de la Universidad quilmeña. Allí -donde por una sana y generosa decisión de sus autoridades- familiares, compañeros y amigos pueden asistir al último examen de los estudiantes. Fue un telón con emoción, lágrimas y un largo aplauso. 
Nicolás Días y Martín Lionello alcanzaron una gran meta.

Ya son ingenieros, agregaron otro título a sus vidas, antes ya eran ejemplos diplomados. 

Damos fe.


domingo, 16 de diciembre de 2012

El túnel del optimismo inexorable




"The Time Tunnel", épica serie de los sesenta.

Entre todo aquello que se puede coleccionar, no deberían faltar los diálogos que nos enriquecen. Esa gama que puede abarcar apuntes necesarios para el aprendizaje o reflejos que nos iluminen desde la energía de nuestro interlocutor. Incluso pueden ser inmunes al tiempo.
De Federico Baggini ya hemos dejado una semblanza en el texto “FB en la Legión de Superhéroes Argentos” de este blog. A riesgo de exponer cierto ego compartimos parte de una charla con él. Consideramos que su primer plano es elocuente para tal menester. Es el mismo escenario que ameritan sus cuento o ensayos. El diálogo viene con condimentos pero si lo desean podrán agregar todo aquello que les agrade.

Baggini suele matizar su humor con escritos o pensamientos en voz alta dentro de una atmósfera muchas veces "borgiana". Por ejemplo al considerar que: “La soledad es una condición, creo, que atañe a todo ser que aspira a una trascendencia. El pasado es algo que nada tiene perdonado”.
Al comentarle ciertos reflejos de Borges en sus dichos, Baggini se excusó amablemente de cualquier cercanía a lo más lejano de ese escritor y nos permitió el humor.
-“Hágase cargo, es una descripción” le ordenamos.

-Lo único que puedo decir es que de sólo comenzar a pensarlo esa idea me abruma. No me considero cercano a las formas de Borges en absoluto. Aún así le agradezco su percepción. Sobre todo porque usted tiene un camino de literatura y artes que no pienso subestimar.


-No crea. No he leído tanto como hubiera querido, o he leído muchísimo del rubro chatarra. Y no en situación de víctima créame, sino muchas veces en la negligencia del desaforado.

-Lo destacable en principio es leer. El hábito. Y a todos nos queda cuerda, energía, tiempo para desandar a algunos de los literatos que no hemos apreciado todavía.

-Verá, el fútbol y el periodismo han sido a veces una adicción tan perjudicial como el tabaco. Consciente de los tres hábitos asumo cierta autocrítica. No reniego de ese juego que me fascina ni de mi oficio. Pero hoy a la distancia de ciertas aristas juveniles creo que a determinada edad no se puede sentir que el "gran eje" de las alegrías y tristezas son las novelas de caballería. Sin renegar un segundo del placer por el fútbol.
Y, coincido, hay tiempo. Fenómeno que verifico trabajando junto a los compañeros de este taller. (1)

-Absolutamente. Todo en suma es algo beneficioso. No creo en los tiempos perdidos. Fíjese que muchas veces perder es no volver a encontrar, y por más que uno haya empleado su tiempo en cuestiones abstractas, oníricas o de metafísica, o si se quiere en trivialidades, nimiedades y banalidades, el tiempo ha sido empeñado de algún modo y está cerca de nuestra rendición a la vida y al pasado.

-Usted reserva una visión positiva muy elogiable. Pero existe también el tiempo dedicado al rescate de un pasado inexorable. Algo así como chocar de frente -sin ser el Quijote- con los Molinos de Viento.


-Quizás una alternativa a esto que abrevia sería no abocarse al rescate de lo inexorable, dado que en ello emplea el tiempo que es de connotada utilidad para ese crecimiento que se reprocha.

-Tan exacto, tan simple, tan poco ejercitado...

-Tan exacto, tan simple, tan poco ejercitado por el género humano.


-Género del cual muchas veces somos "trapos".

-¡Pero hombre! Estos son momentos de alegría, de reconciliación, con nuevas y fraternales amistades. Y no me refiero a las fiestas de fin de año. No troque al semblante agobiado de pesimismo. Puede que lo seamos, pero también hay muchas mariposas en el género humano.

-No, nada de pesimismo. 'Expresando sinceridad está la senda del optimismo'. Solía decir mi abuela.

-¡Veámoslo así entonces!

Y otra vez Baggini me dejó pensando: viajar por el Túnel del Tiempo y rescatar el optimismo inexorable...



(1) Federico Baggini y quién escribe participan del Taller de Escritura Creativa a cargo de la profesora Natalia Rozenblum.

martes, 11 de diciembre de 2012

"Paletas de pintor"




Hypoestes o "paletas de pintor", hojas de color y luz.


Adelino Carrá es un tipo ermitaño que no conjuga el presente. Vive en mi barrio, lejos de casa. Cuando sale a caminar es capaz de tocar el timbre un domingo a las 8 de la mañana para exigir mates o algo fresco. Los jugos de naranja los pide en invierno con hielo y bajo el sol de noviembre, hasta marzo, reclama mates con cascarita de naranja o algunas hojas de “Chofitol”. A la hora de esa ingesta suele recordar que hace años me obsequió una planta, sonríe ante la duda de no poder precisar si fue en 2001 o en 1989.
Adelino considera casi inútil el diálogo y a quienes confía de su aprecio les dedica monólogos. Alguna vez dijo que él “aprendió así”. Quizás permite hacer alguna pregunta, de tanto en tanto.
Ayer, de paso en su camino a la ribera quilmeña, me obligó a madrugar. “Es un día para desayunar con el sol”, saludó. Fue al patio y tomó una silla:“¡Pensar que hace un rato allí estaban las estrellas, lo más campantes!” miró el cielo y encendió un cigarrillo que traía en la oreja. 
Sus visitas pueden ser frecuentes o también desaparecer por meses. Jamás lo aceptará, cada charla, en realidad la introducción a sus discursos, tiene un común denominador: “Ayer...” arranca y luego deja una pausa. No fue la excepción esta visita. “Ayer… le dije que esas plantas van a la sombra” y corrió las macetas donde están las Hypoestes o “Paletas de Pintor”.  “Haga los esquejes, se va a pasar la fecha”.
Mientras preparaba el mate, Adelino decidió poner sus manos a la jardinería, y sacó un cortaplumas de su bolsillo. Cortó ramitas de la planta, armó prolijo los esquejes. “Traiga tres macetas chicas, un poco de leca y tierra negra. ¿Juntó el agua de la tormenta de ayer? Las plantas gustan beber sin cloro a diferencia nuestra”. La referencia fue para el diluvio del jueves. Algunos de sus consejos los sigo al pie de la letra, por eso en dos baldes había agua de lluvia.
Adelino acomodó las macetitas con sus “Paletas de Pintor” en estado de niñez. Siguió fumando tranquilo mientras miraba las plantas. Ya me había sacado dos cigarrillos, me di cuenta porque tenía uno en cada oreja. Tomó el primer mate.
-¿Qué yerba es?, ahh, me hizo caso. ¿Compró Playadito?”
Tomo esa marca desde hace dos años a sugerencia de Adelino.
“Mire los esquejes, ¿se da cuenta? Invitan a soñar, son como los niños” sentenció.
A diferencia de otros monólogos le pude cruzar una pequeña chicana: “¡No! Los niños se expresan, hacen ruido, se ríen, corren..." Adelino apagó el cigarrillo, prolijo, sobre el cenicero, sin dejar de mirar las tres macetas. “Verá que no es así. Las plantas, como los niños, no nos piden venir al mundo. Las traemos nosotros, si hablamos de jardines, ciudades o los pueblos”. Planteó la hipótesis, se venía el teorema.
“Las plantas cuando pequeñas son cachorros, por lo tanto son niños. Nos resultan divertidas, poseen candor, sus primeros brotes emergen de la tierra con fuerza... Es como el primer llanto de un bebé.  Desde allí, durante algún tiempo, van a exigir máximos cuidados. Y le doy la ventaja de no hacer referencia a que en la germinación podríamos también considerarlas 'personas por nacer'.
Una ecografía de las semillas o brotes lo verificarían. ¿No?”, tomó el tercer mate.
“Las plantas, niños o cachorros son simpáticos por naturaleza. Pero no hay una cuestión de histrionismo en esa etapa de su existencia. La simpatía es una forma de comunicación. Una herramienta como el lenguaje, el llanto, el famoso ‘pedido del límites’ sobre el cual los psicólogos o esos entendidos de la TV hacen gala como si hubieran descubierto los secretos del universo.
La planta, el niño o los cachorros exhiben la enseñanza de su mismo aprendizaje”. Quizás percibió mi mueca de incredulidad porque me acercó el mate y dejó la palma de la mano elevada ordenando tiempo de espera.
“Ellos necesitan ayuda para comenzar su vida, pero portan una certeza. Es tiempo de vivir, lo comunican muy simple. Alimento, abrigo, cuidado, afecto. Cuatro claves”.

Adelino hace gala -sutil y tácitamente- de su percepción. Se sabe considerado y respetado por sus reflexiones. A tal punto que la única vez que en su vida llegó a pelearse con otra persona a golpes de puño fue porque su interlocutor lo insultó con sorna. “¡Me dijo intelectual con tonito sobrador!”, recordó hace años y le creo.
Tuve presente esa anécdota mientras él acomodaba otras plantas de mi patio.
“Las plantas, los niños, los cachorros dejan en algún momento de ser pibes, pero ese fenómeno no se da de la noche a la mañana, sucede como con las edades históricas. La caída de Constantinopla, por ejemplo, marcó el fin de la Edad Media. Pero la cosa venía de mucho antes, sólo que se toma es punto de referencia arbitrariamente”, jugó con el humo del tabaco. Miró otra vez el cielo y continuó: “Con los pibes pasa lo mismo, hay padres que se olvidan de sus edades históricas y se lamentan porque los hijos se pusieron un arito, contestan mal, discuten todo y otros brotes de carácter. 
Se olvidan, ignoran o no se dan cuenta que las macetas, las correas de paseo, la ropa de esas criaturas ya les quedaron chicas y pasan revista, factura y reclamos.  Piden enseñanza, silencios, afecto, palmadas en la espalda o llamadas de atención a tiempo. En su lenguaje, piden riego, cuidados, criterio”.
“Y están los padres con amnesia sobre sus yerros del ayer. Son los que no vieron que eran el árbol y no el bosque. Que gozaban de derechos y horizontes infinitos en esa condición de plantas. En el valor del óxigeno, del agua sin cloro, del alimento en su justa medida. De ponerse al sol con cuidado y reservar energías para el invierno”.

Disfruto de los monólogos de Adelino, lo sé casi invencible a la hora de las chicanas pero lo intento siempre y a él le gusta el envite. “Menos mal que las plantas no hablan y las mascotas a lo sumo ladran o maúllan” le disparé mientras él tomaba el paquete de cigarrillos y elegía otros cuatro.
“¿Usted cree? ¿No conoce gente a la que jamás le florece una sola planta? Esos que necesitan de jardineros para armar un parquecito respetable. Dependientes absolutos de que otros preparen todo y los cuiden siempre? ¿No conoce 'dueños' a las que sus perros los quieren menos que al chico que los pasea?
Si esas no son formas de expresión, dígame dónde las puedo encontrar”.
Y se quedó en silencio. Miró las plantas y corrió su silla para pararse. Despedida inminente, al estilo de Adelino, con un “¡que pase bien!” ese saludo que adoptó en un viaje a Uruguay.

“Las edades históricas son un viaje de ida, es aconsejable no perderse el paisaje ni a los pasajeros. Los niños, las plantas, los cachorros lo saben, quizás por intuición. Los mejores tramos, incluso los más tristes de la vida los tamizan en algún momento desde el prisma de quién los cuidó. Si hubo ausencia, ellos serán letales en el registro”, acarició una “Alegría del Hogar” y me miró. “Nada más expresivo que esta flor, nada más frágil. Hay que cuidarlas para que brillen con su propia energía”, buscó la puerta.

Levantó la mano izquierda con un leve movimiento, caminó hacia la puerta. Sin darse vuelta me dejó una postdata en su estilo. “Muy bonito su jardín. Me hizo caso, agua de lluvia, algún recorte de brotes. El sol en su punto exacto...” y acotó “ayer... lo ví a su hijo, iba sonriente, tenía luz en la mirada. Me parece que ahí me hizo caso también, el pibe me dijo que comparten algo de rock y lecturas. 
No es poca cosa. Corregir a tiempo es un ejercicio que honra la vida.  ¡Que pase bien!”. 

lunes, 3 de diciembre de 2012

Pulp, no ficción



Jarvis Cocker, la certeza de que el show debe seguir si tiene su calidad.

Desde hace algunos capítulos este blog intenta ser agradecido con algunas personas a las que considero relevantes, no por halago fácil o toque sentimental. Tamizar sus valores me honra tanto como describirlos para el íntimo o ínfimo público que pueda acceder a estos textos.

Hablaremos de Pulp, música y de mi amigo Patricio Minig.

En un recital de rock la diferencia de edad con otras personas late hasta que se apagan las luces y estalla el show. Hasta ese momento te pueden delatar la ropa,  tus arrugas, la falta de cabello o la barba blanca. Aún así es muy raro que alguien te mire “mal”. Ni siquiera en la previa, cuando la celeridad del “paso vivo” hacia el estadio o al teatro hace que todos caminemos pensando en lo que vendrá.
El Pato Minig tiene música en su alma, le llevo varios años, pero no poseo su panorama para el juego de la vida. Digamos que él -si bien fue arquero de Racing  y Quilmes- tiene talentos propios de un enganche, un armador de juego, respira prolijidad. Influyó en mi para tanto para saborear al Barcelona antes de la era Messi, en honor al espíritu “culé”, como para medir con la graduación correcta ciertos desaires. El sale airoso de discusiones de historia, política o geografía. Pasaría horas escuchándolo hablar de la NBA.

El 21N tocó Pulp en el Luna Park, una banda símbolo del "Brit Pop" de los 90. Un mito para muchos de los que tarde o temprano reconocen que los británicos tienen “el toque” para hacer sonar guitarras, bajos, teclados, baterías.  Les es propio, lo saben y lo ejecutan. 
“Nos tenemos que ver el día después del paro” me dijo Minig y casi lo olvidé. O lo que es peor, pensé que me jugaba alguna ironía por las leves diferencias de lectura política que tenemos.
Quien escribe declara bajo juramento -sobre el álbum “Una noche en la ópera” (Queen)- que asistió a conciertos por compromiso o esnobismo. Incluso a veces calculando cuándo terminarían el show apenas los músicos salían a escena. En cambio si la banda hace blanco en mi alma puedo cantar "champurreando" el inglés, también saltar, gritar y llorar. Sin descifrar notas, escalas o tonos.
Minig escribió alguna vez que me admira y me considera una suerte de guía en su labor periodística. ¿Su inconsciente le habrá dicho que la situación es al revés y excede lo ocasional que pueda ser nuestro oficio? El rock también es su forma de ser, habla muy bien inglés por digna herencia: su mamá es profesora del idioma de la Reina. Su papá es músico y hablar de su hermano Federico será un capítulo aparte.

La cuestión es que cuando supe que Pulp tocaría en Corrientes y Bouchard pensé “¡Me encantaría ir!” y me respondí que no podría ser, seré discreto con los motivos que no hacen al relato.
Blur, Pulp y otras bandas nos regresan a los 90 con letras que intuimos propias. No hay error. Pasa, lo verifiqué una y otra vez. En los discos, Jarvis Cocker -jefe de Pulp- sabe muy bien de lo que habla, tiene el tono radial de un locutor destacado, hace brillar el inglés en pronunciación exacta.
Cocker además siempre realza a su banda, pide los aplausos para Pulp en cada show. Sobre el escenario se mueve con más plástica que el mejor Charly García de los ochenta y sincroniza con sus músicos cada acorde. Sus compañeros le regalan escenario y liderazgo.
Fui testigo del crecimiento del Pato Minig, diría que casi siempre supo en qué lugar de la cancha (léase realidad) está su lugar. El sitio exacto para la jugada necesaria. Quizás tuvo fallas que él anotó en su bitácora. Pero doy fe que cuando las sombras rodean el rancho de sus seres queridos él está. Ahora hace dupla de rescate emotivo con su esposa Valeria y se entienden de memoria.
Pulp es mucho más que una banda, refleja la expresión de aquellos que gustan preguntarse "por qué", su canción “Gente Común” es casi un himno y más allá del cambio de siglo su mensaje sigue vigente.
Cocker lo sabe, lo realza sin subestimar a nadie.
A bordo de una cupecita roja conocí las letras de Pulp, cierta vez que el Pato Minig las cantó con Jarvis en el CD y las tradujo para mí. El impacto de saber que esa turista que quería saber cómo vivía la “gente común” era una mueca se grabó a fuego una noche sobre la avenida Mitre entre Domínico y Avellaneda.
Los mismos truenos de ese viaje con Minig & Cocker cantando a dúo se repitió el 21N. "Nos teníamos que ver", porque el Pato me regaló una entrada. Quizás estaba escrito que el Luna Park nos debía tener como testigos. El sentado junto a Valeria, yo en la fila de atrás. Justo para que no me viera llorar, cantar "champurreando" el inglés, entendiendo que un riff se siente con el alma.
El 20 junio de 1998 el Pato Minig -junto a otros- me sacó de una camioneta destruida en Cañada de Gómez.  Le pregunté mil veces dónde íbamos, dónde estamos, había hierros retorcidos, niebla, sangre. Habíamos chocado de frente con un camión. Ibamos a Córdoba a trabajar.
Estuvo allí, estuvo antes, está hoy si uno lo necesita.
No sé si alguna canción de Pulp habla sobre los que no integran la caravana reservada a los “Amigos del  Campeón” o alguna estrofa narra lo que se puede sentir cuando mirás alrededor y alguien en silencio te grita su lealtad, esa que jamás echará en tu cara.
Debería existir ese tema de Pulp, quizás Cocker lo escriba algún día. Hablará del Pato Minig.