viernes, 25 de mayo de 2012

Historias de la ciudad desnuda



Una de las noches más lluviosas de este año el destino me volvió a ubicar en el asiento de un colectivo de la Línea 85. La misma que une la Ribera de Quilmes con Beiró y General Paz. Esa empresa, SAES, cuyos choferes, en la consideración humorística de algunos amigos, regresan una sola vez por semana a su hogar, ya que los seis días restantes cumplen el recorrido más extenuante del Gran Buenos Aires.
Navegando por Valentín Alsina, el conductor era un canto a la amabilidad con los pasajeros. Arrimaba el coche al cordón, esperaba el ascenso o descenso de damas y caballeros con paciencia y hasta informaba con cortesía los horarios de los ramales A,G e I de esa compañía. Viajo con el "A" y muchas veces, para hacer más breve el recorrido de Pompeya a Bernal, comento en Twitter alguna alternativa del viaje. Así fotografié con el teléfono a un “Colectivo-Disco”, con luces violetas y música pop de los 80'.
El crepitar del agua en los guardabarros, las olas hacia las veredas de Avellaneda una vez cruzados “Los 7 Puentes”. A bordo siempre trabajadores, alguna parejita de novios en esplendor íntimo y a mí en la bitácora.
Alejandro Dolina señaló alguna vez que nunca se explicitó si la prohibición de hablar con el chofer de un colectivo va incluso más allá del momento en el cual maneja, con lo cual la condena al silencio de los colectiveros podría inferirse como perpetua. Amparado en tal "vacío legal" me permití deslizar un breve comentario sobre las condiciones meteorológicas y su destreza para manejar.   El chofer se rió. “Esta es una verdadera nave, jejeje”. Detrás de la sonrisa, con el reflejo de las luces de otros autos y colectivos de frente su cara brillaba. No es una metáfora, él mismo aclaró el por qué.
“El año pasado, una noche, le estaban pegando a una mujer, acá en el coche, fue en la Plaza Flores, le pegaba un tipo con toda la furia. La tiró por la puerta trasera. Me bajé y había como ocho amigos del que le pegaba a la mujer. Y me reventaron a palos. Me pegaron tanto en la cara que tuvieron que internarme. En uno de los pómulos me pusieron una placa…”
Se podían apreciar esas huellas en el rostro. Tampoco fue necesaria la pregunta sobre si lo volvería a hacer, si bajaría para defender a una dama. “¿Sabe? La pasé mal, estuve meses sin trabajar, con dolores tremendos. Pero no se puede tolerar que le peguen a una mujer. Así me criaron mis viejos.”
A la altura de Wilde, el chofer tuvo también un recuerdo para quienes lo asistieron en la clínica.“¿Sabe qué? Pienso en los médicos, en esos tipos que me salvaron. No tengo cómo agradecerles. En algún momento creí que no podría volver a laburar. Y acá estoy, me gusta mi trabajo, en mi casa me enseñaron lo importante de ser agradecido y responsable. No me olvido eso”.
Me bajé en la estación de Bernal, el chofer me saludó y me deseó suerte. Seguía lloviendo, pensé ¿de qué nos quejamos algunos con respecto a nuestro trabajo? Ese relato del chofer del 85 le daría contenido a una vieja serie americana de los 60’, se llamaba “La ciudad desnuda”.
Cada uno de los capítulos de ese programa terminaba con la misma frase a modo de epílogo: “Esta es sólo una historia de la ciudad desnuda y hay otras, miles de historias más...”

sábado, 5 de mayo de 2012

Bilardo



El 24 de abril de 1968 Estudiantes derrotó a Racing 3-0 en La Plata (dos de Juan Ramón Verón y uno de Rodolfo Fucceneco) y obligó a un desempate que se jugó en River para saber quién continuaría en la Copa Libertadores de América. Esa noche televisor mediante tuve mi primer referencia directa hacia Carlos Salvador Bilardo. Roberto Perfumo le pegó al doctor una patada digna de la intervención de un fiscal y el árbitro lo expulsó. Mi abuelo, además de insultos en piamontés descargó su bronca contra una puerta de hierro de la cocina y la rompió.
La herencia futbolera, social, política y de vida de Juan Pablo Viotti, abuelo paterno, es parte de mi ADN. Algo más que un dato. Y desde esa noche de 1968, nobleza obliga, me puse en la vereda opuesta al doctor, con límites que hoy evitaría, no por bajar banderas sino por una concepción más generosa del debate que aprendí de terceros.
“Roberto me pegó a mí, pero yo no le hablé, fue otro compañero. Somos amigos con Perfumo, incluso salimos a cenar a veces con nuestras esposas” me dijo Bilardo en una mesa que compartió a finales de los 90’ con el doctor José Nicolás Carluccio, el Chino Ahuntchain y quien escribe en un hotel de la Capital Federal. La leyenda reza que otro jugador  Pincha le “comentó” a Perfumo un detalle íntimo sobre su esposa y el Mariscal desató su ira incontenible sobre Bilardo.
El almuerzo ni siquiera era parte de una nota, fue una gentileza que tuvo Bilardo para hablar un rato largo. Mi sueño de gestionar/lograr su reconciliación con César Luis Menotti se frustró antes de que pudiera terminar de explicarle la propuesta. “No hay chance” me dijo con esos espacios mínimos que el doctor hace entre palabra y palabra para delicia de sus imitadores.  Y arrancó con otro tema, estaba fresca su aspiración a ser presidente de la Nación. Con la misma obsesión que dibujó jugadas en sobre el mantel, usando vasos y cubiertos. Casi sin espacios entre sus palabras repetía “dignidad, trabajo, seguridad, no es tan difícil. No es imposible” rezaba y movía las manos, cambiando su posición en el asiento varias veces, jugando con su teléfono celular.
Con Carluccio y Ahuntchain el pacto previo fue evitar consultas sobre el bidón de Branco u otros disparos desde mi "menottismo". A esa altura incomodar al anfitrión se daba de bruces no con el periodismo sino con la cortesía. El mozo nos atendía con amabilidad, pero cuando se dirigía a Bilardo lo hacía con devoción. “Está bien pibe, está bien, está todo rico” le decía el doctor y sin pregunta intermedia aclaraba “acá me quieren mucho, son buena gente”.
Supe que la cantidad de preguntas sobre dimes y diretes que podía disparar no tenía sentido y pensé que dentro de la agenda de Bilardo, esa charla era privilegio. Más de dos horas en las que nunca miró su reloj, donde prefirió semblantear qué cosas esperaba de nuestro país, habiendo recorrido el mundo: “dignidad, trabajo, seguridad, no es tan difícil. No es imposible”, repetía. Una obsesión como las que coronó para explicar que alguna vez, “Ruggeri cabeceaba los centros en España, que Burruchaga le pateaba desde Francia”.  Para muchos un disparate para su sector de admiradores una genialidad.
A esta altura del relato dejo constancia sobre el pequeño desafío que me arrojó un joven y prestigioso colega (Pablo Lamédica hoy en TyC) para semblantear alguna impresión sobre Bilardo. De todas las variantes, elegimos esa charla sin entrevista mediante, por el sólo hecho de compartir una mesa, hablar de fútbol y de la vida.
Bilardo sin dudas tiene su lugar en la historia, su trayectoria hasta el presente regó más anédcotas, el Gatorade, el abrazo con Maradona en el Centenario, idas y vueltas, enojos etc. Al fin y al cabo la pregunta de un eventual editor sobre “dónde está la noticia?” debería ser respondida  con una mueca. O también con una subjetividad “no hay noticia, no podemos precisar cuándo el personaje se apoderó de Bilardo o viceversa. No hay noticia”. Y para muestra una referencia más, en ese almuerzo la esposa del doctor lo llamó para comentarle que el piso del altillo donde archivaba cientos de videos (VHS) con miles de partidos había comenzado a ceder. Bilardo terminó la breve charla con su señora y dejó el celular sobre la mesa. También explicó el motivo de la llamada y con pocas pausas entre palabra y palabra ironizó “tenemos un problemita en casa, bueh, bueh, habrá que solucionarlo”.
Nos despedimos agradeciendo la invitación, Bilardo no permitió que ni siquiera dejáramos la propina a su mozo-fan y le sugerí  una vez más “¿No habrá una posibilidad de tomar un café con Menotti, de volver a tener en una tapa a los dos hablando de fútbol como lo reflejó el Gráfico cuando usted se hizo cargo de la Selección?”. “Ninguna chance, bueh, bueh…” respondió.
Pasaron los años, ese almuerzo ocupa un lugar en el estante de las charlas que gratifican como valor agregado nuestro invisible currículum y otro mediodía supe de la internación de Menotti por razones de salud. Pasaron algunas horas y en una entrevista que puso al aire TyC lo escuché al doctor deslizando casi en voz baja, sin pausas entre palabra y palabra. “Espero que él se recupere pronto”.  Valoré esa impronta a la distancia, pensando en aquel “no hay ninguna chance”.
“Dónde está la noticia?” me preguntará un editor ajeno a la  historia de Bilardo. A veces no hay noticia, sólo plasmar la reflexión de que hay blancos, negros, grises y gamas. Y que las noticias son parte de la vida, no su esencia.