sábado, 21 de noviembre de 2015

Del profesor Asciutto a Daniel Scioli



Estudié periodismo desde 1977 a 1981, gobernaba la dictadura cívico-militar por aquellos años. Durante tiempos duros, la valentía de algunos profesores que disfruté quedó grabada en mí. Incluso no en forma automática. Se maceró ese valor con el correr de las décadas, porque era joven y hasta tomé a la ligera y me burlé de consejos claves, error que intento reparar. Rescato el nombre del doctor Carlos Asciutto, docente de materias ligadas al derecho de información. “¿Sabe Autalán? Este país va a andar mucho mejor cuando en los bares los muchachos hablen más de Estado, derechos, política, justicia y no tanto de fútbol”, me dijo una vez al finalizar la clase.
Pensé que estaba haciendo flamear una pretendida erudición borgiana, anti balompié, pero mi inconsciente grabó aquel parecer. En mi precaria intelectualidad lo visto y oído se registra mejor, “entra en el disco rígido”, dirían los pibes. Recuerdo que Asciutto también se permitió una descarga pensante y emotivo-fenomenal cuando un compañero insolente equiparó, en plena dictadura de Videla y Compañía, que la CAL (Comisión Asesoramiento Legislativo) era un estamento similar al Congreso.
Veía dispararse las gotas de saliva de Asciutto al proclamar -a voz en cuello- que los diputados y senadores no podían ser, ni por un segundo, asimilados a los alcahuetes de los militares, por más abogados que fueran.
Tenía entonces menos de 20 años y hasta cuando tomaba apuntes, pensaba más en César Luis Menotti y su Selección Nacional que en los preceptos de Grecia, el pensamiento, la filosofía, los procesos cíclicos, la historia. Asciutto no se rindió, me encomendó una clase especial sobre democracia.
Recalco, gobernaban los tiranos “top” de la historia del país y aquel elegante profesor, hombre de ley, trajes de dandy, corbatas impecables, voz de tanguero y cabello prolijo me puso un 10.
“No se pierda la posibilidad de abrir el pensamiento a la libertad, algún día lo vamos a disfrutar juntos Autalán”, me comentó en voz baja cuando firmó mi libreta de estudiante.
Asciutto nos regaló otras perlas a sus alumnos. Pregonó sobre la grandeza de Belgrano, San Martín, Artigas, Rosas, fuera de programa, gambeteando a inspectores del ministerio. Fue compadrito intelectual, no a la hora de la liberación, sino en contexto, bajo el rigor que solo pretende aniquilar la potestad de pensar.
No volví a cruzarlo, pero recuerdo su fuerte abrazo cuando recibí mi diploma.
Anoche, a horas del balotaje volví a escuchar su voz.
Era madrugada, mi hijo, que tiene la misma edad que yo cuando era alumno de Asciutto, se reunió en la “previa” a la salida con sus amigos en mi casa, son visitas que me regala de tanto en tanto.
Pibes de 20 años que uno mal supone ocupados sólo en los corazones de las muchachas, el último modelo de teléfono celular, el rock o la cumbia, los tragos y otras liturgias que atesoran.
Me quedé en la pieza para no molestar. Para mi sorpresa, (¡que no pierda esa facultad por favor!) hablaron de Daniel Scioli, de Mauricio Macri, de la economía, de lo que está en juego, del país, del respeto a la ley, de los medios y de sus miedos.
Pensé en Asciutto, en aquella esperanza de que en las mesas o los bares, los muchachos hablaran menos de fútbol y más del pensamiento. Casi 40 años después, a pesar de los Iphone, las Play Station, la TV, de nosotros los periodistas, y otras baratijas, esos muchachos asoman más rápido que sus mentores a la conciencia civil.
Con la excusa de prepararme un café, salí de mi habitación. Venía de compartir una cena donde para evitar rispidez me refugié en algunos silencios, sin decir mi verdad sobre esta segunda vuelta. Que todavía sigo afiliado a la UCR, por idolatría a Raúl Alfonsín, de quien me considero socio vitalicio. Aquel de la cita "si el electorado se está preparando para votar a la derecha, deberemos preparnos entonces para la derrota".
Me propongo despojarme de pudores para semblantear lo grave del virus esparcido por quienes consideran que opinar es insultar al otro. No son minoría, lamentablemente.
A medias por su pedido y entero de ansiedad, les resumí a los muchachos algún concepto, apelando a Alejandro Dolina. “Lo más sencillo es votar por los de uno, por los tuyos”, recomendó el Angel Gris, tiempo atrás. Y traté de explicarles que conjugando hasta charlas pendientes con mi finado viejo y gambeteando previsibles ofensas, o gotas de odio, hablo poco de política.
Sé de que lado me acuesto y no tengo demasiado respeto por mis pareceres, pero sí por mi pensamiento. Porque me esfuerzo en construírlo.
Y que para esta definición inédita, está muy claro que hay dos opciones que nada tienen que ver. Me basta considerar que Alfonso Prat Gay cuando descalifica en público a los santiagueños expresa lo que piensa. Al igual que la “valoración” de Mauricio Macri por los salarios como “un costo laboral”. Y abrevio otras razones de considerable peso. 
Si algo soy en esta vida, si una identidad asumo, es ser un trabajador. Ni siquiera por mérito propio, si honrando ser nieto e hijo de laburantes.
“Por eso voto a Daniel Scioli”, les dije a los muchachos.

Gane quien gane, pase lo que pase, ya tuve premio. Mi hijo y sus amigos me obsequiaron su atención, algún abrazo y elogios para los cuales no doy el talle, pero qué importa.