lunes, 31 de diciembre de 2012

Doña Amanda, el espíritu de las fiestas







"Los grandes secretos se aclaran en perdurar”, fue la respuesta que una vez me dedicó doña Amanda, vecina ilustre del viejo Barrio Parque Bernal, ante una de las tantas preguntas que me animé a acercarle en razón de que mi familia destacaba en ella un paladar exquisito para la lectura y su participación en la “Christian Science”, una escuela cristiana que pondera el valor de esa religión y el poder de sanación. Amanda, hija de genoveses, compartió un matrimonio feliz con José, un farmacéutico y buen samaritano. De los boticarios de antes, aquellos que acercaban medicamentos gratis a los vecinos más pobres, cuando en los barrios ni se imaginaba la globalización de las cadenas de farmacias y su trato impersonal con los clientes.


Amanda tenía el único teléfono de todo el barrio, y le llegaban llamadas para el resto de los vecinos, mensajes de trabajo, nacimientos, viajes, fallecimientos, todo pasaba por el teléfono negro de "Doña Amanda" y ella permitía devolver la llamada. El favor no era menor, por aquel entonces en Bernal los teléfonos públicos se encontraban en la “central” de Belgrano casi Nueve de Julio donde las operadoras -enchufando cables en un tablero- generaban el milagro de la comunicación. 
A veces la cuestión demandaba horas de espera y varios pesos.


"Doña Amanda" era su rango vecinal, ella tenía además una habilidad proverbial para el juego de Canasta que enseñó a mi madre y tías. La Canasta, un juego de naipes que –aseguran- exige una memoria destacada para calcular qué cartas van quedando en el mazo, cómo armar juego en esa dinámica y para “robar” los pozos que habilitarán una gama de naipes con mejor puntaje.
Con la misma picardía Amanda, pero en el papel de "Celestina", quería tentar a mi tía Nelly para que la acompañara a la “Christian Science” de la Capital y regresar a Bernal en el tren de las 22 desde Plaza Constitución. “¡Nena, ahí viajan los cadetes de la Escuela Naval de Río Santiago, unos churros bárbaros! Acompañame y quién te dice, ¡te ponés de novia!” recuerda Nelly, riéndose a carcajadas por su negativa a intentar tal aventura. "¡Tenía 20 años!" recuerda.

Comenzaba la década del 60', tiempos duros, posteriores a la “Libertadora” de 1955, remezón mediante para que el yerno de Amanda se exilara en Venezuela. Esa obligatoria mudanza alejó también a su hija “Monona” y a su nieta. Algo que según mis tías caló hondo en el sentir de Amanda. El exilio de su yerno, la muerte de su esposo y de su hijo Alfredo -que se había embarcado como marinero- le quitaron sonrisas, la aislaron en dolor y templaron su espíritu.

Solía acompañar a mi tía en las visitas a la casa de Amanda, siempre había un vaso de Pepsi muy fresca para mí, la antigua Pepsi, antes de que modificaran su fórmula para asemejarla al sabor de la Coca Cola. Esa gaseosa era un premio, porque salvo en algún cumpleaños en mi casa no se las tomaba. La sobrina de Amanda, Dolly era una de esas chicas que llevándonos algunos años, nos trataba con paciencia y cariño. Algo no muy frecuente para cierta crueldad de los niños en sus interrelaciones con otros pares.
En cada visita, le preguntaba algo a Amanda y sus reflexiones se mantuvieron inalterables en el tiempo o revitalizaron su valor y jerarquía según crecí recordando esas prolijas explicaciones.

Es el caso de un ritual con el que amenizó su progresiva e inevitable soledad a partir de la muerte de su esposo, su hijo y el exilio de su hija, yerno y nieta. Ritual que deslizó en cada fiesta de Navidad y Año Nuevo. Ella preparaba la mesa de la cena, con los cubiertos para cada comensal que debía estar allí pero jamás llegaría. Una servilleta, los platos para la comida y el postre, copa de vino, copa de agua, copa de brindis. Flores adornando los manteles bordados a mano.
Las sillas alineadas a los costados de la mesa, en la cabecera se sentaba Amanda, vestida para la ocasión, con sus labios pintados de carmesí, los aros más bonitos que puede lucir una mujer coqueta que mira de frente el correr de los años. Y allí cenaba. La espera al llamado desde Venezuela –a simple vista- no la dominaba con ansiedad, ella disfrutaba de esos placeres que algunos realzan de la vida.
La influencia de la “Christian Science” quizás se traslucía ese ritual, sobre una mesa servida para 6 comensales donde sólo ella cenaba y bebía en silencio. La soledad no querida, la soledad que le había deparado la vida. Si algún dejo de tristeza o nostalgia la afligía no lo demostraba. De esa forma, tomándome la mano, respondió mi cuasi insolente pregunta de futuro periodista para saber el por qué de preparar esa mesa para tantos ausentes con aviso.

“¿Sabés Luisito? Ellos están. Algunos en Venezuela, otros en un largo viaje a un lugar mucho más lejano. Quizás ya habrán llegado y descansan en paz. Pero pongo la mesa para todos, brindo con todos porque ellos están en mi corazón, como yo también estoy en sus almas.  Así de simple querido, ¿no te parece lindo?” y me sirvió Pepsi en una copa de cristal.

Aquella noche de Año Nuevo aprendí a disfrutar el cosquilleo de las burbujas saltando en el cristal. Y desde entonces también brindo por Amanda.


viernes, 21 de diciembre de 2012

La juventud encontrada






Nicolás Días y Martín Lionello, ingenieros de la Universidad de Quilmes.



Abracé al flamante ingeniero Nicolás Días con la emoción de quién estrecha a un ídolo. Dicen que los ingenieros son poco afectos a la expresión corporal sensible. Sólo mitos erróneos para considerar que ellos en su capacidad de cálculo, análisis y proyección prescinden del sentimiento. En realidad muchos ingenieros saben contener esos torrentes para llegar a buen puerto y habíamos abrazado a uno de ellos.

Ante preguntas tales como “dónde está la noticia”, “el truco” o “la anécdota” o frente a quienes sacan pecho para sentenciar que "la mayoría de los abrazos son emotivos" y además "es fútil el rescate de las buenas nuevas" diremos que no compartimos el ejercicio estoico. Quizás para otros las bocanadas de aire se magnifican en el exhibicionismo de las redes "antisociales". Sólo diremos que la historia de Nicolás merece luz pública.
Hecha la salvedad descontamos que quienes ya lo conocen serán nuestros "cómplices".

Hace nueve años en la Costa Atlántica Bonaerense Nicolás me decía que ésas serían sus últimas vacaciones antes de ingresar a la Universidad. “No sé cuándo volveré a una playa tío” y acomodó su plato del postre. Compartíamos con su hermana Victoria y mi hijo Juan Pablo, la sobremesa en el restaurante de un hotel de San Bernardo.

Nicolás no hizo ese comentario con tristeza o nostalgia, sólo anticipó sus pasos, muy sereno. Ninguna coincidencia al recuerdo -con humor- de cuando 20 años atrás jugaba conmigo al "World Trophy Soccer" en la Play Station. Allí en su apetencia por la victoria supo desenchufar la máquina cuando el resultado o el trámite del partido no lo favorecían. ¡Vaya si hizo escuela! Meses después también jugando con esa máquina mi hijo se quedó con el cable en la mano, mirándome con los ojos desorbitados, la sonrisa nerviosa. 
Satisfecho al fin de haber dado por terminada la competencia...

Regresemos a la huella de Nicolás, porque ese berrinche de niño es más que un detalle. Allí tomó una señal para germinar y anotó en su memoria los objetivos: no jugaría conmigo a la "Play" hasta contar con la seguridad de que sus posibilidades de triunfo rozarían el 90%. Y cumplió.
Así también se defendió de la vida muchísimas veces, con inteligencia, palpando el sentimiento. Dejó brotar alguna lágrima pero sujetó la emoción. Nicolás creció en barrios “delicados” del sur del Gran Buenos Aires, entre otros chicos, esos que en una escala de valores comprensible, se alejan del verbo aprender mientras flotan o se pierden en los límites de las reglas de los juegos de "altísimo riesgo" y de la injusticia social.

A Nicolás no lo sorprendían, ni lo sorprenden algunas noticias que se ven en la televisión. Cursó desde pequeño la materia “Realidad”. ¿Un breve ejemplo? Cierta mañana lucía su camiseta de Racing mientras caminaba por Dock Sud. Tuvo que rescatarlo su mamá de unos imbéciles, grandulones y aspirantes a barras brava que intentaron agredirlo. El chico tenía once años pero su sabiduría lo templó para alejarse de las salidas "fáciles" como creer que "a ésos hay que matarlos a todos”.

Nicolás sorteó cada escollo, solo perdió algo de paciencia cuando familiares, amigos, vecinos o conocidos lo requerían para que “le pegara una mirada a su computadora” o “se fijara si podía hacer correr un programa”. Algún rezongo en resoplidos, nada más. 

Coleccionamos alguna de sus sonrisas: jugando con amiguitos en el Barrio Pepsi de Bosques de visita en la casa de sus abuelos Mario y Yuyi, bailando en el casamiento del Tío Yuyo, el día que tomó la Comunión o corriendo por la arena en San Bernardo. Desde esa playa Nicolás reservó sonrisas para los momentos exigentes hacia una meta. “Tengo que estudiar tío, ¿qué se puede hacer sin aprender en esta vida?” me preguntó.

Nicolás fue, es y será un torrente de buenas noticias en mi vida, más allá de los contactos esporádicos que podamos tener. Tal falta de asiduidad no le impidió tomar un compromiso de honor: “Tío, le hablo siempre a tu hijo sobre la importancia de estudiar. ¡Quedate tranquilo que  te ayudo!” Atesoro ese gesto.

En el mismo tono amable rindió su último examen en la Universidad de Quilmes, y explicó junto a su compañero Martín Lionello –de Florencio Varela- un proyecto que desarrollaron durante dos años. Fue la tesis acuñada por dos pibes de barrio que aceptaron un desafío superior al “Sueño Americano”. Durante casi una hora y media ofrecieron su investigación a los profesores. Con proyección de imágenes, un prototipo, punteros láser y calidez. Sí, diríamos con ternura para hablar de megabytes, chips, circuitos y otros elementos.

Dos chicos que en menos de una década pasaron del “Family Game” a la “Ingeniería de la Automatización y Control Industrial”. ¡Vaya si aprobaron cada escala!

El epílogo nos permite deslizar una amable invitación: evitemos la generalización en cuanto a que "la juventud está perdida”. Resistimos a ese facilismo y citaremos una de las últimas respuestas de Nicolás a la mesa examinadora como prueba de "conciencia social". Se lo consultó sobre la alternativa de desarrollar dispositivos o controles más exigentes para su prototipo. Palabras más palabras menos, sin bajar la mirada y sonriente Nicolás dijo: “Sí claro, existen otros sistemas de verificación, pero para nuestro presupuesto eso era inalcanzable. Aún así los controles están...”

Segundos después vibró el aula 213 de la Universidad quilmeña. Allí -donde por una sana y generosa decisión de sus autoridades- familiares, compañeros y amigos pueden asistir al último examen de los estudiantes. Fue un telón con emoción, lágrimas y un largo aplauso. 
Nicolás Días y Martín Lionello alcanzaron una gran meta.

Ya son ingenieros, agregaron otro título a sus vidas, antes ya eran ejemplos diplomados. 

Damos fe.


domingo, 16 de diciembre de 2012

El túnel del optimismo inexorable




"The Time Tunnel", épica serie de los sesenta.

Entre todo aquello que se puede coleccionar, no deberían faltar los diálogos que nos enriquecen. Esa gama que puede abarcar apuntes necesarios para el aprendizaje o reflejos que nos iluminen desde la energía de nuestro interlocutor. Incluso pueden ser inmunes al tiempo.
De Federico Baggini ya hemos dejado una semblanza en el texto “FB en la Legión de Superhéroes Argentos” de este blog. A riesgo de exponer cierto ego compartimos parte de una charla con él. Consideramos que su primer plano es elocuente para tal menester. Es el mismo escenario que ameritan sus cuento o ensayos. El diálogo viene con condimentos pero si lo desean podrán agregar todo aquello que les agrade.

Baggini suele matizar su humor con escritos o pensamientos en voz alta dentro de una atmósfera muchas veces "borgiana". Por ejemplo al considerar que: “La soledad es una condición, creo, que atañe a todo ser que aspira a una trascendencia. El pasado es algo que nada tiene perdonado”.
Al comentarle ciertos reflejos de Borges en sus dichos, Baggini se excusó amablemente de cualquier cercanía a lo más lejano de ese escritor y nos permitió el humor.
-“Hágase cargo, es una descripción” le ordenamos.

-Lo único que puedo decir es que de sólo comenzar a pensarlo esa idea me abruma. No me considero cercano a las formas de Borges en absoluto. Aún así le agradezco su percepción. Sobre todo porque usted tiene un camino de literatura y artes que no pienso subestimar.


-No crea. No he leído tanto como hubiera querido, o he leído muchísimo del rubro chatarra. Y no en situación de víctima créame, sino muchas veces en la negligencia del desaforado.

-Lo destacable en principio es leer. El hábito. Y a todos nos queda cuerda, energía, tiempo para desandar a algunos de los literatos que no hemos apreciado todavía.

-Verá, el fútbol y el periodismo han sido a veces una adicción tan perjudicial como el tabaco. Consciente de los tres hábitos asumo cierta autocrítica. No reniego de ese juego que me fascina ni de mi oficio. Pero hoy a la distancia de ciertas aristas juveniles creo que a determinada edad no se puede sentir que el "gran eje" de las alegrías y tristezas son las novelas de caballería. Sin renegar un segundo del placer por el fútbol.
Y, coincido, hay tiempo. Fenómeno que verifico trabajando junto a los compañeros de este taller. (1)

-Absolutamente. Todo en suma es algo beneficioso. No creo en los tiempos perdidos. Fíjese que muchas veces perder es no volver a encontrar, y por más que uno haya empleado su tiempo en cuestiones abstractas, oníricas o de metafísica, o si se quiere en trivialidades, nimiedades y banalidades, el tiempo ha sido empeñado de algún modo y está cerca de nuestra rendición a la vida y al pasado.

-Usted reserva una visión positiva muy elogiable. Pero existe también el tiempo dedicado al rescate de un pasado inexorable. Algo así como chocar de frente -sin ser el Quijote- con los Molinos de Viento.


-Quizás una alternativa a esto que abrevia sería no abocarse al rescate de lo inexorable, dado que en ello emplea el tiempo que es de connotada utilidad para ese crecimiento que se reprocha.

-Tan exacto, tan simple, tan poco ejercitado...

-Tan exacto, tan simple, tan poco ejercitado por el género humano.


-Género del cual muchas veces somos "trapos".

-¡Pero hombre! Estos son momentos de alegría, de reconciliación, con nuevas y fraternales amistades. Y no me refiero a las fiestas de fin de año. No troque al semblante agobiado de pesimismo. Puede que lo seamos, pero también hay muchas mariposas en el género humano.

-No, nada de pesimismo. 'Expresando sinceridad está la senda del optimismo'. Solía decir mi abuela.

-¡Veámoslo así entonces!

Y otra vez Baggini me dejó pensando: viajar por el Túnel del Tiempo y rescatar el optimismo inexorable...



(1) Federico Baggini y quién escribe participan del Taller de Escritura Creativa a cargo de la profesora Natalia Rozenblum.

martes, 11 de diciembre de 2012

"Paletas de pintor"




Hypoestes o "paletas de pintor", hojas de color y luz.


Adelino Carrá es un tipo ermitaño que no conjuga el presente. Vive en mi barrio, lejos de casa. Cuando sale a caminar es capaz de tocar el timbre un domingo a las 8 de la mañana para exigir mates o algo fresco. Los jugos de naranja los pide en invierno con hielo y bajo el sol de noviembre, hasta marzo, reclama mates con cascarita de naranja o algunas hojas de “Chofitol”. A la hora de esa ingesta suele recordar que hace años me obsequió una planta, sonríe ante la duda de no poder precisar si fue en 2001 o en 1989.
Adelino considera casi inútil el diálogo y a quienes confía de su aprecio les dedica monólogos. Alguna vez dijo que él “aprendió así”. Quizás permite hacer alguna pregunta, de tanto en tanto.
Ayer, de paso en su camino a la ribera quilmeña, me obligó a madrugar. “Es un día para desayunar con el sol”, saludó. Fue al patio y tomó una silla:“¡Pensar que hace un rato allí estaban las estrellas, lo más campantes!” miró el cielo y encendió un cigarrillo que traía en la oreja. 
Sus visitas pueden ser frecuentes o también desaparecer por meses. Jamás lo aceptará, cada charla, en realidad la introducción a sus discursos, tiene un común denominador: “Ayer...” arranca y luego deja una pausa. No fue la excepción esta visita. “Ayer… le dije que esas plantas van a la sombra” y corrió las macetas donde están las Hypoestes o “Paletas de Pintor”.  “Haga los esquejes, se va a pasar la fecha”.
Mientras preparaba el mate, Adelino decidió poner sus manos a la jardinería, y sacó un cortaplumas de su bolsillo. Cortó ramitas de la planta, armó prolijo los esquejes. “Traiga tres macetas chicas, un poco de leca y tierra negra. ¿Juntó el agua de la tormenta de ayer? Las plantas gustan beber sin cloro a diferencia nuestra”. La referencia fue para el diluvio del jueves. Algunos de sus consejos los sigo al pie de la letra, por eso en dos baldes había agua de lluvia.
Adelino acomodó las macetitas con sus “Paletas de Pintor” en estado de niñez. Siguió fumando tranquilo mientras miraba las plantas. Ya me había sacado dos cigarrillos, me di cuenta porque tenía uno en cada oreja. Tomó el primer mate.
-¿Qué yerba es?, ahh, me hizo caso. ¿Compró Playadito?”
Tomo esa marca desde hace dos años a sugerencia de Adelino.
“Mire los esquejes, ¿se da cuenta? Invitan a soñar, son como los niños” sentenció.
A diferencia de otros monólogos le pude cruzar una pequeña chicana: “¡No! Los niños se expresan, hacen ruido, se ríen, corren..." Adelino apagó el cigarrillo, prolijo, sobre el cenicero, sin dejar de mirar las tres macetas. “Verá que no es así. Las plantas, como los niños, no nos piden venir al mundo. Las traemos nosotros, si hablamos de jardines, ciudades o los pueblos”. Planteó la hipótesis, se venía el teorema.
“Las plantas cuando pequeñas son cachorros, por lo tanto son niños. Nos resultan divertidas, poseen candor, sus primeros brotes emergen de la tierra con fuerza... Es como el primer llanto de un bebé.  Desde allí, durante algún tiempo, van a exigir máximos cuidados. Y le doy la ventaja de no hacer referencia a que en la germinación podríamos también considerarlas 'personas por nacer'.
Una ecografía de las semillas o brotes lo verificarían. ¿No?”, tomó el tercer mate.
“Las plantas, niños o cachorros son simpáticos por naturaleza. Pero no hay una cuestión de histrionismo en esa etapa de su existencia. La simpatía es una forma de comunicación. Una herramienta como el lenguaje, el llanto, el famoso ‘pedido del límites’ sobre el cual los psicólogos o esos entendidos de la TV hacen gala como si hubieran descubierto los secretos del universo.
La planta, el niño o los cachorros exhiben la enseñanza de su mismo aprendizaje”. Quizás percibió mi mueca de incredulidad porque me acercó el mate y dejó la palma de la mano elevada ordenando tiempo de espera.
“Ellos necesitan ayuda para comenzar su vida, pero portan una certeza. Es tiempo de vivir, lo comunican muy simple. Alimento, abrigo, cuidado, afecto. Cuatro claves”.

Adelino hace gala -sutil y tácitamente- de su percepción. Se sabe considerado y respetado por sus reflexiones. A tal punto que la única vez que en su vida llegó a pelearse con otra persona a golpes de puño fue porque su interlocutor lo insultó con sorna. “¡Me dijo intelectual con tonito sobrador!”, recordó hace años y le creo.
Tuve presente esa anécdota mientras él acomodaba otras plantas de mi patio.
“Las plantas, los niños, los cachorros dejan en algún momento de ser pibes, pero ese fenómeno no se da de la noche a la mañana, sucede como con las edades históricas. La caída de Constantinopla, por ejemplo, marcó el fin de la Edad Media. Pero la cosa venía de mucho antes, sólo que se toma es punto de referencia arbitrariamente”, jugó con el humo del tabaco. Miró otra vez el cielo y continuó: “Con los pibes pasa lo mismo, hay padres que se olvidan de sus edades históricas y se lamentan porque los hijos se pusieron un arito, contestan mal, discuten todo y otros brotes de carácter. 
Se olvidan, ignoran o no se dan cuenta que las macetas, las correas de paseo, la ropa de esas criaturas ya les quedaron chicas y pasan revista, factura y reclamos.  Piden enseñanza, silencios, afecto, palmadas en la espalda o llamadas de atención a tiempo. En su lenguaje, piden riego, cuidados, criterio”.
“Y están los padres con amnesia sobre sus yerros del ayer. Son los que no vieron que eran el árbol y no el bosque. Que gozaban de derechos y horizontes infinitos en esa condición de plantas. En el valor del óxigeno, del agua sin cloro, del alimento en su justa medida. De ponerse al sol con cuidado y reservar energías para el invierno”.

Disfruto de los monólogos de Adelino, lo sé casi invencible a la hora de las chicanas pero lo intento siempre y a él le gusta el envite. “Menos mal que las plantas no hablan y las mascotas a lo sumo ladran o maúllan” le disparé mientras él tomaba el paquete de cigarrillos y elegía otros cuatro.
“¿Usted cree? ¿No conoce gente a la que jamás le florece una sola planta? Esos que necesitan de jardineros para armar un parquecito respetable. Dependientes absolutos de que otros preparen todo y los cuiden siempre? ¿No conoce 'dueños' a las que sus perros los quieren menos que al chico que los pasea?
Si esas no son formas de expresión, dígame dónde las puedo encontrar”.
Y se quedó en silencio. Miró las plantas y corrió su silla para pararse. Despedida inminente, al estilo de Adelino, con un “¡que pase bien!” ese saludo que adoptó en un viaje a Uruguay.

“Las edades históricas son un viaje de ida, es aconsejable no perderse el paisaje ni a los pasajeros. Los niños, las plantas, los cachorros lo saben, quizás por intuición. Los mejores tramos, incluso los más tristes de la vida los tamizan en algún momento desde el prisma de quién los cuidó. Si hubo ausencia, ellos serán letales en el registro”, acarició una “Alegría del Hogar” y me miró. “Nada más expresivo que esta flor, nada más frágil. Hay que cuidarlas para que brillen con su propia energía”, buscó la puerta.

Levantó la mano izquierda con un leve movimiento, caminó hacia la puerta. Sin darse vuelta me dejó una postdata en su estilo. “Muy bonito su jardín. Me hizo caso, agua de lluvia, algún recorte de brotes. El sol en su punto exacto...” y acotó “ayer... lo ví a su hijo, iba sonriente, tenía luz en la mirada. Me parece que ahí me hizo caso también, el pibe me dijo que comparten algo de rock y lecturas. 
No es poca cosa. Corregir a tiempo es un ejercicio que honra la vida.  ¡Que pase bien!”. 

lunes, 3 de diciembre de 2012

Pulp, no ficción



Jarvis Cocker, la certeza de que el show debe seguir si tiene su calidad.

Desde hace algunos capítulos este blog intenta ser agradecido con algunas personas a las que considero relevantes, no por halago fácil o toque sentimental. Tamizar sus valores me honra tanto como describirlos para el íntimo o ínfimo público que pueda acceder a estos textos.

Hablaremos de Pulp, música y de mi amigo Patricio Minig.

En un recital de rock la diferencia de edad con otras personas late hasta que se apagan las luces y estalla el show. Hasta ese momento te pueden delatar la ropa,  tus arrugas, la falta de cabello o la barba blanca. Aún así es muy raro que alguien te mire “mal”. Ni siquiera en la previa, cuando la celeridad del “paso vivo” hacia el estadio o al teatro hace que todos caminemos pensando en lo que vendrá.
El Pato Minig tiene música en su alma, le llevo varios años, pero no poseo su panorama para el juego de la vida. Digamos que él -si bien fue arquero de Racing  y Quilmes- tiene talentos propios de un enganche, un armador de juego, respira prolijidad. Influyó en mi para tanto para saborear al Barcelona antes de la era Messi, en honor al espíritu “culé”, como para medir con la graduación correcta ciertos desaires. El sale airoso de discusiones de historia, política o geografía. Pasaría horas escuchándolo hablar de la NBA.

El 21N tocó Pulp en el Luna Park, una banda símbolo del "Brit Pop" de los 90. Un mito para muchos de los que tarde o temprano reconocen que los británicos tienen “el toque” para hacer sonar guitarras, bajos, teclados, baterías.  Les es propio, lo saben y lo ejecutan. 
“Nos tenemos que ver el día después del paro” me dijo Minig y casi lo olvidé. O lo que es peor, pensé que me jugaba alguna ironía por las leves diferencias de lectura política que tenemos.
Quien escribe declara bajo juramento -sobre el álbum “Una noche en la ópera” (Queen)- que asistió a conciertos por compromiso o esnobismo. Incluso a veces calculando cuándo terminarían el show apenas los músicos salían a escena. En cambio si la banda hace blanco en mi alma puedo cantar "champurreando" el inglés, también saltar, gritar y llorar. Sin descifrar notas, escalas o tonos.
Minig escribió alguna vez que me admira y me considera una suerte de guía en su labor periodística. ¿Su inconsciente le habrá dicho que la situación es al revés y excede lo ocasional que pueda ser nuestro oficio? El rock también es su forma de ser, habla muy bien inglés por digna herencia: su mamá es profesora del idioma de la Reina. Su papá es músico y hablar de su hermano Federico será un capítulo aparte.

La cuestión es que cuando supe que Pulp tocaría en Corrientes y Bouchard pensé “¡Me encantaría ir!” y me respondí que no podría ser, seré discreto con los motivos que no hacen al relato.
Blur, Pulp y otras bandas nos regresan a los 90 con letras que intuimos propias. No hay error. Pasa, lo verifiqué una y otra vez. En los discos, Jarvis Cocker -jefe de Pulp- sabe muy bien de lo que habla, tiene el tono radial de un locutor destacado, hace brillar el inglés en pronunciación exacta.
Cocker además siempre realza a su banda, pide los aplausos para Pulp en cada show. Sobre el escenario se mueve con más plástica que el mejor Charly García de los ochenta y sincroniza con sus músicos cada acorde. Sus compañeros le regalan escenario y liderazgo.
Fui testigo del crecimiento del Pato Minig, diría que casi siempre supo en qué lugar de la cancha (léase realidad) está su lugar. El sitio exacto para la jugada necesaria. Quizás tuvo fallas que él anotó en su bitácora. Pero doy fe que cuando las sombras rodean el rancho de sus seres queridos él está. Ahora hace dupla de rescate emotivo con su esposa Valeria y se entienden de memoria.
Pulp es mucho más que una banda, refleja la expresión de aquellos que gustan preguntarse "por qué", su canción “Gente Común” es casi un himno y más allá del cambio de siglo su mensaje sigue vigente.
Cocker lo sabe, lo realza sin subestimar a nadie.
A bordo de una cupecita roja conocí las letras de Pulp, cierta vez que el Pato Minig las cantó con Jarvis en el CD y las tradujo para mí. El impacto de saber que esa turista que quería saber cómo vivía la “gente común” era una mueca se grabó a fuego una noche sobre la avenida Mitre entre Domínico y Avellaneda.
Los mismos truenos de ese viaje con Minig & Cocker cantando a dúo se repitió el 21N. "Nos teníamos que ver", porque el Pato me regaló una entrada. Quizás estaba escrito que el Luna Park nos debía tener como testigos. El sentado junto a Valeria, yo en la fila de atrás. Justo para que no me viera llorar, cantar "champurreando" el inglés, entendiendo que un riff se siente con el alma.
El 20 junio de 1998 el Pato Minig -junto a otros- me sacó de una camioneta destruida en Cañada de Gómez.  Le pregunté mil veces dónde íbamos, dónde estamos, había hierros retorcidos, niebla, sangre. Habíamos chocado de frente con un camión. Ibamos a Córdoba a trabajar.
Estuvo allí, estuvo antes, está hoy si uno lo necesita.
No sé si alguna canción de Pulp habla sobre los que no integran la caravana reservada a los “Amigos del  Campeón” o alguna estrofa narra lo que se puede sentir cuando mirás alrededor y alguien en silencio te grita su lealtad, esa que jamás echará en tu cara.
Debería existir ese tema de Pulp, quizás Cocker lo escriba algún día. Hablará del Pato Minig.

lunes, 26 de noviembre de 2012

Tiempo




Hay quienes creen que hablan muy bien, hasta que se oyen. Otros creemos que escribimos bien hasta que los textos pasados o recientes nos revelan errores. Hay quienes creen que caminan con elegancia hasta que un video los ilustra como un eslabón más -de los primeros- en el cuadro sobre la evolución del hombre.
Lo refrescante ante esas revelaciones es que algo se puede cambiar. Dicho esto en cuanto a los yerros de una vida que guardan espacios para la corrección. 
No se puede alterar el tiempo.
Sólo el presente es editable y ofrece segundos para llegar al instante próximo con un margen de certezas mayor a esos minutos que recién se alejaron. Es cuestión de tiempo, de observar con detalle al espejo interior.  La puerta de muchas otras tantas puertas.


"Sí, el viejo portal del cielo
Puede enfriar los cuerpos de hoy y ayer
Se niega el recuerdo por sano y se quema
En las puertas de una ciudad
Que aulla sin ser vista"    


(Encadenado al ánima -Invisible- Luis Alberto Spinetta)

domingo, 25 de noviembre de 2012

Bambú



El patio de un bar, piso de madera, cielo abierto, una merienda literaria junto a varios compañeros. La propuesta, escribir en cinco minutos “sin repetir y sin soplar”. Miré alrededor y ví entre algunas flores las cañas de bambú que decoraban ese lugar.
Pensé, ¿es el mismo bambú con el cual se torturaba a los soldados americanos capturados durante la guerra en Japón? Dicen que colocaban trozos de esas cañas debajo de las uñas de pies y manos de los soldados americanos. La versión trascendió en boca de los muchachos del “Tío Sam”. Quizás por eso años más tarde confundieron a Vietnam con Japón y los rociaron –una y otra vez- con napalm. Incluso tras haber detonado Hiroshima y Nagasaki.
Hace pocos días el embajador de Japón ante los Estados Unidos, Ichiro Fujisaki, le regaló al presidente Obama una maceta con pequeños bambú. Le recomendó los cuidados, “hay que regarlas todos los días en verano” y acotó “dicen que sin esa atención, el bambú hará raíces debajo de las uñas de su dueño”.
Obama sonrió, al mismo tiempo que comenzaba a disparar la respuesta, “por si eso llegara a suceder embajador, le recuerdo que los EEUU jamás dejamos de fabricar bombas…”
Ichiro Fujisaki inclinó su cabeza hacia adelante, en reverencia y luego volvió a mirar a los ojos a Obama. También sonrió y le dijo “gracias señor Presidente, le reitero, debería regar el bambú todos los días en verano y cada tanto en invierno”.


(Postdata: El encuentro Fujisaki-Obama es parte de la ficción.)

sábado, 17 de noviembre de 2012

FB, en la Legión de Superhéroes Argentos




Federico Baggini, y una sus armas superpoderosas.


“The good news is no news”  (“Las buenas noticias no son noticia”) le habrán gritado varias veces tanto a Peter Parker (El Hombre Araña) en el “Daily Bugle” como a Clark Kent en “El Planeta". Superman quizás cansado de cambiarse de ropas en las cabinas telefónicas de Metrópolis decidió hacerse bloguero,  pero esa es otra historia.
El relato que nos ocupa tiene que ver con uno de los superhéroes argentos, de arranque revelaremos su identidad secreta a través de iniciales: FB (Federico Baggini) y uno de sus poderes especiales: se siente muy cómodo en la cruzadas con formato de gauchadas.  FB, valga el lugar común, también está en la red Facebook y es un escritor con perfil de frontman rockeril, pleno de sensibilidad social.
Hace años decidió beber una tónica apta para el público de buena voluntad que nos legaron Cortázar, Borges, Macedonio Fernández y Sábato, entre otros legendarios claro. De allí que su cruzada es por la Justicia Social no sólo por la inclusión. Según fuentes calificadas FB asume los desafíos de la realidad y los trabaja con la paciencia y talento de los escultores.
A las pruebas -recientes- me remito: Hace algunas horas en la Escuela Marcelo T. de Alvear de la Ciudad de Buenos Aires, participó de un festival a beneficio de la Cooperadora del colegio. De la misma forma que colabora con la cruzada por Lalo (1), un chico que necesita fondos con premura para viajar a China y someterse a un tratamiento con células madres a fin de mejorar su salud. A la escuela porteña llegó FB, luego de su invitación pertinente por las redes y a los amigos no virtuales. Decidió subastar algunos libros suyos como "Acariciapájaros” y obras de otros autores. Parte de lo que recauda se destina en este caso a la Escuela, a la causa de Lalo y el resto a un comedor de Lugano, “como siempre”, resaltó orgulloso el autor.
Así, en la Marcelo T. de Alvear, FB acarreó una mesa, los libros y sonrió al ver que en buen número padres e hijos se integraban al festival.  “Un lindo marco” comentó con una maestra. Y esperó paciente la presentación de su aporte desinteresado. Al mismo tiempo el bullicio de los niños, pero sobre todo el frenesí de los padres hizo imposible que nadie escuchara a nadie y la catarsis de gritos o empujones, sumado a la temperatura ambiente, transformaron el evento en una Torre de Babel.  
Nadie se sorprenderá de que reseñemos -a esta altura- que cuando quién oficiaba de locutora comentó la presencia e intención solidaria de FB, los niños y los padres continuaron en su descarga emotiva y nadie oyó el breve mensaje.
Según testigos que no revelaremos, semejante auditorio hubiera hecho oídos sordos ante el anuncio de que entre ellos estaba el ganador del sorteo por medio millón de dólares.
Pero FB no es de rendirse -acorde a su condición- y con cortesía, diplomacia y el condimento del fastidio comprensible pidió el micrófono y en estilo directo invitó al "público" a la reflexión. Doy fe que el mismo Ray Bradbury lo hubiera aplaudido de pié por su decisión. ¿Y a qué viene la irrupción de Bradbury? Ray, que seguramente sigue a FB desde hace tiempo, se habrá regocijado de que ese tipo alto, barbado, de ojos claros y sonrisa contagiosa reseñara lo mejor de su novela “Fahrenheit 451” por solidaridad manifiesta.
Aquella obra sintetiza el valor de los libros, la inmortalidad de la palabra impresa y el esfuerzo de los escritores desde la ficción aplicada a la realidad y al rescate emotivo social que no pocos sueñan.
La anécdota final es que FB los invitó a considerar que los libros tienen su lugar de descanso en los estantes pero están atentos a las cruzadas que amerite el buen espíritu. "Para los libros no transcurre el tiempo, ni tienen problemas de agenda o tampoco hay que resetearlos", dijo y volvió a su mesa respirando hondo tras el mensaje. Instantes después, fueron varios los padres que con  sus hijos se acercaron a la mesa para comprar, consultar y felicitarlo.
Al fin y al cabo un superhéroe criollo estaba entre ellos.
Dirán que “The good news is no news”  (“Las buenas noticias no son noticia”)? No siempre. Sobre todo si hay jugadores que integran ese plantel que conceptualizó Bertold Brecht en cuanto a protagonistas imprescindibles.


(1)    Para saber y colaborar con Lalo.
http://www.diariopopular.com.ar/notas/133218-la-lucha-lalo-un-nene-que-necesita-ayuda

domingo, 11 de noviembre de 2012

Mi taller, nuestro taller




Suelo considerar a mi conciencia como un juez imaginario, incorruptible, paciente.
Así le hablo, así le hablé en algún momento de la semana:
Señor Juez, debo prestar testimonio ante usted sobre un taller literario.

Estoy allí por obra y gracia de mi compañera -en el diario BAE- Sofía Bustamante, no diré mucho pero intentaré expresar al máximo. Alguna vez el celestial Pep Guardiola les habló a los 60.000 hinchas del Barcelona que asistieron al estadio Nou Camp para la presentación protocolar del equipo. De allí rescato una de sus frases: “¡Ajustad el cinturón porque este viaje será para disfrutarlo!” invitó el catalán.
Pues ése espíritu tienen los talleres aquí y en especial este segundo capítulo que compartimos.
Si me permite la comparación cinematográfica, Su Señoría, los talleres tienen la magia de Tim Burton o la delicadeza de la inolvidable “En el Campo de los Sueños” (1). Aquí uno sube cada siete días al "Trencito de la Alegría" (letal metáfora de un compañero barbado) y puede jugar como cuando fuimos niños y llevarse la tarea para el hogar. Y hay un común denominador, todo es reconfortante.
Señor Juez, parafraseando a Alejandro Dolina diré que hay vientos de gloria en poder gritar desde el silencio “que uno al fin y al cabo escribe para que lo quieran”. En beneficio de mis compañeros, a sólo efecto de enaltecerlos, juro que en este taller, percibo eso. Energía vital incluso para la categoría Sub 54 que integro. Alego también que nadie me espetó edad, prejuicios, rango, condición social o pensamiento político para integrarme. El valor agregado es que encontré coincidencias en cuanto a mis pensamientos políticos, pero excúseme de mayores precisiones.
Sí creo relevante, a los efectos del camino infinito de la expresión hacia la sabiduría, señalar que nos leemos con devoción, nos oímos con atención. Y hay devoluciones, sin que nadie tenga que bailar en el caño o esperar el puntaje de un jurado. Verá Señor Juez, hasta el jardín que está en la planta baja donde se desarrolla este taller es directamente proporcional -en cuanto a tonos, estética y luz- a las personas que llegan allí sábado tras sábado.
Hablar de quien nos guía, Natalia Rozenblum, sería un capítulo aparte. Intentaré explicar con brevedad: ella tiene diversas formas de expresión, van desde su Poemario, sus mails que jamás fastidian y hasta sus sonrisas, contagiosas o piadosas. Profesa el don de corregir para mejorar, nos alienta a susurrar o gritar desde las letras.

Verá Su señoría, cuando niño, si algún lugar me gustaba mucho, me hacía bien, me elevaba en espíritu, cuerpo y alma, le preguntaba a mamá: “¿Mañana podemos volver aquí?” Su respuesta viene a cuento hoy, viene a cuento de este taller. Mamá decía: “Podés volver todas las veces que tu corazón y tu memoria lo permitan. Hay que intentarlo siempre”.

Es todo Señor Juez.

(1) Film protagonizado por Kevin Costner, basado en una historia fantástica en torno al béisbol  donde suceden cosas maravillosas, como que un padre se reencuentre con su hijo más allá de su muerte y concilien distancias pasadas en el presente mágico a través de ese juego. 
Postdata: Hay 7 minutos de actuación de Burt Lancaster, encarnando a un viejo médico que merecen ser parte de la eternidad. 

A continuación un link con más datos sobre esa película.

http://es.wikipedia.org/wiki/Field_of_Dreams

lunes, 16 de julio de 2012

Sala de Periodistas



“La sensibilidad no es una virtud, pero tampoco un defecto”, coincidimos con mi profesora Graciela Colominas y un rato después de plastificar mi credencial del diario BAE iba camino a la Casa Rosada para cubrir el encuentro de la Presidenta con los dirigentes sindicales alineados con el metalúrgico Antonio Caló. Natalia Vaccarezza me adelantó el trámite ya que por una “nana”, ella, mi compañera no estaría en su puesto de periodista acreditada.  Y ahí llegué buscando algún escritorio para la guardia. Felipe Celesia me invitó unos mates, vi a Roberto Di Sandro escribir en su Olivetti Lexicon (léase máquina de escribir), Leo Míndez de Clarín recordó que habíamos jugado en el mismo equipo cuando Mastercard organizó en el Monumental de Núñez un torneo relámpago para periodistas en 2010.
Consulté a Gabriel Buttazzoni, mi editor, sobre algunos tópicos de la nota y le dije: “ya estoy en la sala de prensa…”. Me corrigieron al instante, “¡es la sala de periodistas!”. La voz la conocía, pero al rostro de mi interlocutor le comencé a quitar años hasta que encontré a Bernardo Goncalvez, mi compañero en la carrera de “Comunicación Social”. El no me conoció, se disculpó incluso por no identificarme ya que luzco el mismo peinado que el Indio Solari. Tres monitores para los canales de noticias, un acto de la Presidenta con anuncio económico como bonus track silenciaron la sala. Luego llegaron los incidentes en San Lorenzo, se corrió la voz sobre la llegada de los representantes sindicales y más. Era el ritmo de la sala que imaginé muchas veces, y los teléfonos de línea superados por los celulares, sonando. “Cierren la puerta que hace frío” un pedido femenino reiterado para los visitantes que por una tarde se mezclan con los acreditados.  
Entre tanto vértigo, me permití una pausa y repasé algunos conceptos que recibí de estudiante, entre ellos la semblanza de que un periodista muchas veces es “malhumorado por naturaleza”.  Por las dudas uno trata en estas circunstancias de quedarse quieto y no hacer ruido.
“¡Susana, acá hay un alumno tuyo!” vociferó Goncalvez a Susana Grassi, que fue nuestra profesora y además autora de la advertencia amable sobre el “malhumor de este oficio” que recibí décadas atrás.
“¡Ahora no puedo!” dijo Grassi cortante. Cinematográfica secuencia, Susana la misma que me había advertido sobre climas, oficio y libertad. Y nobleza obliga, Susana Grassi, que aquella tarea docente la ejerció durante la dictadura, lo cual redobla el valor de aquel que te invitó a pensar libre. A esta altura corresponde decir que disfruté cada instante compartido en un lugar con mística sobre la historia del periodismo argentino. Y esa acumulación de tiempo incluye buenas y malas.
En el monitor más amplio se vió a Cristina comenzar su charla con los dirigentes gremiales. Hasta que la Presidenta ordenó que “se apagara la lucecita roja” para charlar un “ratito” con los invitados. Susana Grassi terminó de escribir su despacho, se acercó amable y elegante como manejaba la clase, me dio un beso y acercó unos papeles “acá está la lista de los representantes sindicales que están en la reunión. ¿La tenés?”
Son los gestos que señalan a buenos colegas, y se lo agradecí. Entre tutearla o "ustedearla" elegí la tercera opción, llamarla “profesora” tal el cargo que ostenta en mi formación. Creo que Grassi se sonrojó y me dijo, “pero no comentes que también digo palabrotas”.
Sonó el teléfono de línea, atendió una colega que dio el alerta “¡los sindicalistas se van, no dan conferencia. Hay que agarrarlos en la salida, bajemos rápido que se van!”. La despedida de la sala fue de apuro, prioridad para el  “Detrás de las Noticias” a pescar un “off” o grabar un “on”. Con el cierre en reloj de NBA marcando los últimos minutos del último cuarto. Me gustó estar ahí y poder contarlo aquí.

jueves, 28 de junio de 2012

De cuerpo presente




Cuando promediaba la primera etapa de su gobierno, un día de semana y a la nochecita, Raúl Alfonsín convocaba a la Plaza de Mayo para anunciar la etapa de la “Economía de Guerra”. Todavía no estaba vallado ese espacio a través de un pulmón entre la Rosada y los manifestantes. Década del 80 para más datos. Los opinadores de siempre consideraron que “una plaza más o menos llena le brindaría crédito al inolvidable prócer de Chascomús.
La crónica sobre movilizaciones populares desde aquel momento también comprenden circunstancias con menos debate y más sangre, aún en democracia. Es inolvidable el patético Fernando De la Rúa elevándose desde la terraza de la Casa de Gobierno, flotando como en gran parte de su vida en el anochecer de un día agitado. Huella que a algunos ni siquiera nos alivia el recuerdo del Racing de Mostaza Merlo. Sí, fue en 2001.
En rápida síntesis considerado lo avanzado de la hora, también recordamos que la noche donde otros miles se juntaron en Plaza de Mayo para expresar dolor y estupor por el crimen de Mariano Ferreyra, en ese mismo lugar no se podía caminar merced a la espontánea movilización. Una reunión sin aparatos movilizantes.
Para aquella Plaza de Alfonsín algunos diarios, Clarín entre ellos, señalaban que la convocatoria –aún multitudinaria- no le garantizaría poder o respaldo al entonces Presidente. Hoy no creen lo mismo.
Hoy refiere al acto de Hugo Moyano, que encendió aún más las distancias (ahora eternas, antes mínimas) con el Gobierno. El Camionero terminó de derribar  -si es que existían- algunas alternativas de diálogo con el Ejecutivo Nacional. Una cuestión de superestructuras, nos referiremos entonces a los mínimos apuntes recogidos al caminar ayer cómodamente –incluso durante el discurso de Moyano- en las cercanías de un palco tan heterogéneo como la Argentina misma.
Leales camioneros que desde temprano vivieron la jornada como un acto más, con el cotillón de los redoblantes, copetines, chanzas entre ellos, gorra,  bandera y vincha.
Las mujeres de la Corriente Clasista y Combativa que con sus niños en los brazos se sentaron sobre la avenida Rivadavia, el ingreso colorido de las columnas del PST portando bengalas (sí bengalas) varias chicas tocando el bombo y cantando por la “Unidad de los Trabajadores y al que no le gusta que se incomode” o elegantes caceroleros refugiados en las escalinatas de la Catedral, algunos con sus camperas de finísima gamuza, hombres de la City susurrando sobre “los negros de m.er…” y hasta otras fuerzas de izquierda pregonando que se sumaban a la protesta contra el impuesto a las Ganancias y contra la burocracia sindical, en un movilización convocada por la misma cúpula sindical que fustigan.
Todos en su derecho, está muy claro.
El detalle fue que muchísimos de los integrantes de esa multitud no escucharon el discurso de Hugo Moyano. Tampoco eran 50.000 personas, apunte menor. Pero muchos de ellos ni siquiera le prestaron la más mínima atención.
Pasó ayer, pasa en muchísimos actos oficiales, nadie escucha al que convoca. ¿Nadie escucha al otro, ni siquiera en una conversación privada? Y sí pasa cada día, cada vez más.
Por allí quizás está la tarea para el hogar, considerar por qué/para qué estamos en determinado lugar sea en Plaza de Mayo, en la Autopista Buenos Aires La Plata o escondidos en nuestras sombras.


viernes, 25 de mayo de 2012

Historias de la ciudad desnuda



Una de las noches más lluviosas de este año el destino me volvió a ubicar en el asiento de un colectivo de la Línea 85. La misma que une la Ribera de Quilmes con Beiró y General Paz. Esa empresa, SAES, cuyos choferes, en la consideración humorística de algunos amigos, regresan una sola vez por semana a su hogar, ya que los seis días restantes cumplen el recorrido más extenuante del Gran Buenos Aires.
Navegando por Valentín Alsina, el conductor era un canto a la amabilidad con los pasajeros. Arrimaba el coche al cordón, esperaba el ascenso o descenso de damas y caballeros con paciencia y hasta informaba con cortesía los horarios de los ramales A,G e I de esa compañía. Viajo con el "A" y muchas veces, para hacer más breve el recorrido de Pompeya a Bernal, comento en Twitter alguna alternativa del viaje. Así fotografié con el teléfono a un “Colectivo-Disco”, con luces violetas y música pop de los 80'.
El crepitar del agua en los guardabarros, las olas hacia las veredas de Avellaneda una vez cruzados “Los 7 Puentes”. A bordo siempre trabajadores, alguna parejita de novios en esplendor íntimo y a mí en la bitácora.
Alejandro Dolina señaló alguna vez que nunca se explicitó si la prohibición de hablar con el chofer de un colectivo va incluso más allá del momento en el cual maneja, con lo cual la condena al silencio de los colectiveros podría inferirse como perpetua. Amparado en tal "vacío legal" me permití deslizar un breve comentario sobre las condiciones meteorológicas y su destreza para manejar.   El chofer se rió. “Esta es una verdadera nave, jejeje”. Detrás de la sonrisa, con el reflejo de las luces de otros autos y colectivos de frente su cara brillaba. No es una metáfora, él mismo aclaró el por qué.
“El año pasado, una noche, le estaban pegando a una mujer, acá en el coche, fue en la Plaza Flores, le pegaba un tipo con toda la furia. La tiró por la puerta trasera. Me bajé y había como ocho amigos del que le pegaba a la mujer. Y me reventaron a palos. Me pegaron tanto en la cara que tuvieron que internarme. En uno de los pómulos me pusieron una placa…”
Se podían apreciar esas huellas en el rostro. Tampoco fue necesaria la pregunta sobre si lo volvería a hacer, si bajaría para defender a una dama. “¿Sabe? La pasé mal, estuve meses sin trabajar, con dolores tremendos. Pero no se puede tolerar que le peguen a una mujer. Así me criaron mis viejos.”
A la altura de Wilde, el chofer tuvo también un recuerdo para quienes lo asistieron en la clínica.“¿Sabe qué? Pienso en los médicos, en esos tipos que me salvaron. No tengo cómo agradecerles. En algún momento creí que no podría volver a laburar. Y acá estoy, me gusta mi trabajo, en mi casa me enseñaron lo importante de ser agradecido y responsable. No me olvido eso”.
Me bajé en la estación de Bernal, el chofer me saludó y me deseó suerte. Seguía lloviendo, pensé ¿de qué nos quejamos algunos con respecto a nuestro trabajo? Ese relato del chofer del 85 le daría contenido a una vieja serie americana de los 60’, se llamaba “La ciudad desnuda”.
Cada uno de los capítulos de ese programa terminaba con la misma frase a modo de epílogo: “Esta es sólo una historia de la ciudad desnuda y hay otras, miles de historias más...”

sábado, 5 de mayo de 2012

Bilardo



El 24 de abril de 1968 Estudiantes derrotó a Racing 3-0 en La Plata (dos de Juan Ramón Verón y uno de Rodolfo Fucceneco) y obligó a un desempate que se jugó en River para saber quién continuaría en la Copa Libertadores de América. Esa noche televisor mediante tuve mi primer referencia directa hacia Carlos Salvador Bilardo. Roberto Perfumo le pegó al doctor una patada digna de la intervención de un fiscal y el árbitro lo expulsó. Mi abuelo, además de insultos en piamontés descargó su bronca contra una puerta de hierro de la cocina y la rompió.
La herencia futbolera, social, política y de vida de Juan Pablo Viotti, abuelo paterno, es parte de mi ADN. Algo más que un dato. Y desde esa noche de 1968, nobleza obliga, me puse en la vereda opuesta al doctor, con límites que hoy evitaría, no por bajar banderas sino por una concepción más generosa del debate que aprendí de terceros.
“Roberto me pegó a mí, pero yo no le hablé, fue otro compañero. Somos amigos con Perfumo, incluso salimos a cenar a veces con nuestras esposas” me dijo Bilardo en una mesa que compartió a finales de los 90’ con el doctor José Nicolás Carluccio, el Chino Ahuntchain y quien escribe en un hotel de la Capital Federal. La leyenda reza que otro jugador  Pincha le “comentó” a Perfumo un detalle íntimo sobre su esposa y el Mariscal desató su ira incontenible sobre Bilardo.
El almuerzo ni siquiera era parte de una nota, fue una gentileza que tuvo Bilardo para hablar un rato largo. Mi sueño de gestionar/lograr su reconciliación con César Luis Menotti se frustró antes de que pudiera terminar de explicarle la propuesta. “No hay chance” me dijo con esos espacios mínimos que el doctor hace entre palabra y palabra para delicia de sus imitadores.  Y arrancó con otro tema, estaba fresca su aspiración a ser presidente de la Nación. Con la misma obsesión que dibujó jugadas en sobre el mantel, usando vasos y cubiertos. Casi sin espacios entre sus palabras repetía “dignidad, trabajo, seguridad, no es tan difícil. No es imposible” rezaba y movía las manos, cambiando su posición en el asiento varias veces, jugando con su teléfono celular.
Con Carluccio y Ahuntchain el pacto previo fue evitar consultas sobre el bidón de Branco u otros disparos desde mi "menottismo". A esa altura incomodar al anfitrión se daba de bruces no con el periodismo sino con la cortesía. El mozo nos atendía con amabilidad, pero cuando se dirigía a Bilardo lo hacía con devoción. “Está bien pibe, está bien, está todo rico” le decía el doctor y sin pregunta intermedia aclaraba “acá me quieren mucho, son buena gente”.
Supe que la cantidad de preguntas sobre dimes y diretes que podía disparar no tenía sentido y pensé que dentro de la agenda de Bilardo, esa charla era privilegio. Más de dos horas en las que nunca miró su reloj, donde prefirió semblantear qué cosas esperaba de nuestro país, habiendo recorrido el mundo: “dignidad, trabajo, seguridad, no es tan difícil. No es imposible”, repetía. Una obsesión como las que coronó para explicar que alguna vez, “Ruggeri cabeceaba los centros en España, que Burruchaga le pateaba desde Francia”.  Para muchos un disparate para su sector de admiradores una genialidad.
A esta altura del relato dejo constancia sobre el pequeño desafío que me arrojó un joven y prestigioso colega (Pablo Lamédica hoy en TyC) para semblantear alguna impresión sobre Bilardo. De todas las variantes, elegimos esa charla sin entrevista mediante, por el sólo hecho de compartir una mesa, hablar de fútbol y de la vida.
Bilardo sin dudas tiene su lugar en la historia, su trayectoria hasta el presente regó más anédcotas, el Gatorade, el abrazo con Maradona en el Centenario, idas y vueltas, enojos etc. Al fin y al cabo la pregunta de un eventual editor sobre “dónde está la noticia?” debería ser respondida  con una mueca. O también con una subjetividad “no hay noticia, no podemos precisar cuándo el personaje se apoderó de Bilardo o viceversa. No hay noticia”. Y para muestra una referencia más, en ese almuerzo la esposa del doctor lo llamó para comentarle que el piso del altillo donde archivaba cientos de videos (VHS) con miles de partidos había comenzado a ceder. Bilardo terminó la breve charla con su señora y dejó el celular sobre la mesa. También explicó el motivo de la llamada y con pocas pausas entre palabra y palabra ironizó “tenemos un problemita en casa, bueh, bueh, habrá que solucionarlo”.
Nos despedimos agradeciendo la invitación, Bilardo no permitió que ni siquiera dejáramos la propina a su mozo-fan y le sugerí  una vez más “¿No habrá una posibilidad de tomar un café con Menotti, de volver a tener en una tapa a los dos hablando de fútbol como lo reflejó el Gráfico cuando usted se hizo cargo de la Selección?”. “Ninguna chance, bueh, bueh…” respondió.
Pasaron los años, ese almuerzo ocupa un lugar en el estante de las charlas que gratifican como valor agregado nuestro invisible currículum y otro mediodía supe de la internación de Menotti por razones de salud. Pasaron algunas horas y en una entrevista que puso al aire TyC lo escuché al doctor deslizando casi en voz baja, sin pausas entre palabra y palabra. “Espero que él se recupere pronto”.  Valoré esa impronta a la distancia, pensando en aquel “no hay ninguna chance”.
“Dónde está la noticia?” me preguntará un editor ajeno a la  historia de Bilardo. A veces no hay noticia, sólo plasmar la reflexión de que hay blancos, negros, grises y gamas. Y que las noticias son parte de la vida, no su esencia. 

sábado, 21 de abril de 2012

Los Caballeros de la Pared y el Centro Atrás


Fabián Cecconatto y Marcelo Grasso, infaltables a la hora de los equipos eternos.


La pared, jugada que se construye a partir de pases entre dos o más jugadores, hacia adelante y a un toque. Conjunción de buen pie e  inteligencia de los ejecutores. Lo vistoso del progreso en el campo de juego es proporcional entre talento de los protagonistas y a la satisfacción de espectadores. El disfrute está garantizado.
El centro atrás, acción de juego donde un jugador, además de dejar a la defensa a contrapierna, es generoso para que otros compañeros anoten el tanto y por ende realza el concepto de equipo. Si se trata de delanteros, el centro atrás echa por tierra un tópico que consagra la falacia sobre el “egoísmo de los goleadores”. Una muletilla convertida en ley -sin lugar a debate- que en realidad infiere a los deportes individuales o al ego nocivo.
Ni la pared ni el centro atrás son prácticas sencillas, aunque su estética es apta para todo público. No tienen límites de edad, credo u otras cuestiones, queda a criterio del testigo la decisión de cerrar los ojos o negarlas como proezas generosas.
Un sector de la cátedra considera que “se juega como se vive”, otros a la metamorfosis de David Banner en Hulk para pontificar que uno al jugar, "se transforma en lo peor”.  Tirando centros atrás y paredes, uno puede percibir a un caballero. Nos referimos a la generosidad que consagra a los notables. Ya sea para otorgar el asiento a una dama, saludar con corrección, ceder el paso y otras actitudes más complejas. Se acrecienta el valor de aquellos que tiran paredes y centros atrás cuando sus socios/compañeros están lejos de tener talento. Buscar al patadura para incorporarlo al juego manifiesta generosidad, confianza, compañerismo y solidaridad.
Y es frecuente también observar que, los grandes jugadores, a la hora del sacrificio, al arrojarse a los pies y ofrecer toda la ayuda necesaria a su equipo también dan prueba de esa misma esencia.
Brilla la calidad entonces hasta elevarla a niveles que no cotizan en Wall Street o la Unión Europea. Entre esos próceres podríamos citar como ejemplos, desde la localía bernalense y por haber sido beneficiarios de su consideración.“Dos Caballeros de la Orden de La Pared y el Centro Atrás”:

Fabián Cecconato (Argentino de Quilmes, fútbol de Ecuador, alcanzó a probarse en Independiente) y Marcelo Grasso (Independiente, Dock Sud, Berazategui). Ambos sin el éxito, la trascendencia o la repercusión mediática que merecían, jugaron profesionalmente a finales de los 70 a los 80´.
Cecconato (hijo de Carlos, crack Rojo de los 50) y Grasso regaron las canchitas de la infancia y los estadios del Fútbol Argentino que pisaron con esa cualidad de ser “diferentes” por habilidad/destreza pero imprescindibles por la vocación de prodigarse hacia sus compañeros. Y se reitera: no sólo en el fútbol. Ellos hicieron realidad la ilusión de los pataduras: participar de una jugada notable en aplicación directa del concepto de equipo. Recuerdo ese ejemplo en cuanta charla sobre el "trabajo en conjunto" me toca asistir. Ejemplos como el de Fabián Cecconato y Marcelo Grasso brillan y agradecerles su generosidad a la misma altura es imposible, pero nobleza obliga.
Ya que si bien el medallero que consagra al campeón es indiscutible, también son héroes aquellos notables piadosos que honran el compartir.
Ególatras hubo siempre, esos que corren solos, apartando a sus compañero y buscando la cámara para gritar su gol. Se golpean el pecho, seguros porque el control antidópig no pena el exceso de ego.
Quizás sepan algún día que la vida (el fútbol) es un deporte de conjunto y la interrelación dignifica. Ahí los "Notables Piadosos", Cecconatto y Grasso están presentes para afrontar, incluso, las derrotas.

sábado, 14 de abril de 2012

Huracán 1973, honor al juego




La elección de espejos futboleros incluye el desafío de correr a un costado la camiseta de nuestra vida, relajarse y disfrutar. Hoy el ejemplo vigente es la "Orquesta Sinfónica del Barcelona", expresión de juego que se intuye posible en la Play Station, pero se plasma en hombres con escuela en Catalunya. Similares muestras colectivas de destreza han tenido intérpretes argentos como "La Máquina" de River Plate, por citar un ejemplo. De esa vitrina del Fútbol Argentino rescatamos al Huracán Campeón Metropolitano de 1973.
Su formación surge de memoria: Roganti; Chabay, Buglione, Basile y Carrascosa;  Brindisi, Russo y Babington;  Houseman, Avallay y Larrosa. Un anticipo del “once ideal” tan común para estos tiempos en el periodismo deportivo. Su responsable táctico, Cesar Luis Menotti llegó  a Huracán en 1971, con el sueño de plasmar sus ideas en una cancha y allí tocó el cielo con las manos. No lo hizo con egoísmo, compartió la riqueza de su equipo con todos los que quisieran hacerlo, fueran o no hinchas del Globito. 
En su romanticismo Huracán rindió su homenaje al juego, sin efectos especiales, sobre canchas en estado lamentable (el cuidado de los campos de juego era una utopía) y con el humo mínimo de los cigarrillos que Menotti fumó en el banco. (en aquel tiempo los DT estaban obligados a mirar el partido sentados)
Huracán 73 supo conjugar a estrellas futbolísticas (Brindisi, Babington) con hombres de trabajo (Buglione, Roganti, Chabay, Avallay), la calidad (Larrosa, Russo, Carrascosa) la veteranía sapiente (Basile) y la rebeldía en pleno esplendor (Houseman). Algunas de sus actuaciones cumbres fueron frente Racing, al que derrotó 5 a 0 en el Ducó, ante Central en Rosario logró el mismo resultado pero además se fue aplaudido por los "Canallas" (hinchas que lo ovacionaron en detrimento de sus jugadores sino deslumbrados por la exhibición del Globo) y en Liniers enfrentando a un Vélez dirigido por Osvaldo Zubeldía, choque exigente ante la táctica y marca áspera de El Fortín, victoria de amplio estilo y mínimo 1 a 0. 
Más allá de las estadísticas hay otro detalle, a ese Huracán la por entonces caótica génesis de la Selección Nacional le sacó a sus mejores jugadores en fechas claves en el camino hacia las eliminatorias del Mundial de Alemania 1974 y el club no le negó sus figuras a la AFA . Es más, un año después con Menotti y desde las bases de este Campeón germinó una forma de trabajo que jerarquizó como nunca antes a las Selecciones.
Léase la vocación por el buen juego se institucionalizó desde el aprecio y sentimiento por el fútbol. Diría el gran Osvaldo Ardizzone que en la vida hay quienes eligen seducir una muchacha contándole sueños, entregando un ramo de flores y caminando las calles de madrugada con una sensación gloriosa. Otros, en su derecho, sacan patente patrimonial y avizoran un futuro lejos de preocupaciones presupuestarias mientras que los indeseables deliran que el "vale todo", a puro maltrato, va a satisfacer sus ansias de seducción.
Huracán del 73’ eligió la primera opción; se enamoró del juego y enamoró con la pelota y fue campeón. Dirán los refutadores de leyendas que algunas circunstancias se dan "una vez en la vida", omitirán comentar que la nobleza deportiva es invisible para ellos. Las obras maestras no necesitan la repetición en serie, brillan desde la concepción, la estética y lo incomparable. El juego de aquel Campeón que obligó al aplauso espontáneo en tribunas propias y ajenas escribió su propia página, con las mejores letras, aquellas que son inolvidables.

martes, 10 de abril de 2012

Fabián Mauri, un distinto



Fabián Mauri y el autor del blog en el Cerro Catedral, octubre de 1976

El día que mataron a Ringo Bonavena en Nevada y Víctor Emilio Galíndez le ganó una dramática pelea por el título mundial a Richie Kates en Johannesburgo el reportero gráfico e intelectual Fabián Mauri casi muere asfixiado por el gas de una estufa en su pieza de Quilmes Oeste, fue el 22 de Mayo de 1976.
El solía bromear con que eran demasiadas efemérides para una sola jornada y pudo contar el cuento. Desconozco si le agradará la definición en boga de "fotoperiodista", pero su integridad conceptual amerita tal condición. Fabián, desde pibe, fue lo que en los deportes se define como un distinto, esa adjtivación le calza perfecto. Como tal, años después, Mauri recorrió el mundo, ilustró acontecimientos, recibió la furia de John Mc Enroe -sólo por tomarle alguna foto- y estuvo en mundiales de fútbol, cito alguna de sus huellas. Mauri creció dejando enseñanzas y así continúa sus días.
Alguna vez, cosas de chicos, me hizo llorar con bromas pesadas, pero  “desatormentándome” digo que esa circunstancia muere aquí y ahora. Lo relevante es que Fabián, el hijo del "Hueso" Mauri un zaguero del Quilmes Atlético Club que fue suplente de Pedro Dellacha, leía y recitaba de memoria a Jacques Prevert cuando otros nos jactábamos de saber quién era el “4” de Villa Dálmine. Y ser un distinto lo asumió hasta en su "look", nos graduamos de peritos mercantiles en diciembre de 1976 y contra toda la “prolijidad” que la dictadura cívico-militar exigía en la calle o lugares de reunión, Mauri apareció en la fiesta de egresados con traje y botitas de gamuza. 
Todo un símbolo. ¡Y le quedaban bien! Era su ventaja exclusiva, cualquier otro hubiera plasmado el ridículo. Buen jugador de fútbol, idóneo al tocar el bajo, incursionó en el rugby como hooker del CUQ y de uno de los peores seleccionados escolares quilmeños, el Ausonia.
Pero Mauri siempre obligaba al comentario de terceros: “qué  bien juega el de rulitos!”
Para la tropa que veía/veíamos la realidad según lo decidían los medios (marcando agenda y olvido) Fabián fue letal. Sacaba kilómetros de ventaja, sin necesidad de internet o teléfono celular, eran tiempos de vinilo, tinta y papel. Algunas referencias sobre este punto: Camino a La Rioja, discutía con él sobre algo que había dicho Guillermo Vilas y cité como fuente una revista de actualidad no deportiva. “Pato (mi apodo juvenil), si querés ser periodista tenés que leer libros” y enumeró autores, Cortázar, Borges, Bioy...
El me regaló "El sueño de los héroes". En la música escuchaba lo que pocos. Sabía vida, obra y letras de notables, desde Yes al rock Nacional, sin la Rock and Pop, sin revistas, sin webs o blogs. Nunca -hasta hoy- reveló su secreto para nutrirse de tan valiosa información. En ocasión de la muerte de un tanguero famoso -con el país de duelo- Mauri tuvo su frase cuasi-insolente “Mientras no se muera Spinetta (Luis Alberto) no hay problema”. La tarde que el Flaco se fue de gira por el espacio con el Capitán Beto pensé en Fabián, él me llevó a los dos recitales históricos de Invisible en el Luna Park, año 1976. “A esta altura Spinetta es una de las personas que marcó mi vida” me confesó hace años cuando se sumergió en el sueño de rescatar con dignidad a la revista El Gráfico.
Amerita considerar que aún como distinto compartió su sapiencia, generosa virtud.
Entre aquella frase insolente y el pensamiento sutil pasaron décadas y comprobé que Mauri superó la adolescencia rebelde y dejó traslucir a un pensador notable. Creo que hoy tendrá que darme la razón sobre mi tristeza de aquel 1976 por perder nuestro contacto diario en la escuela secundaria.
El minimizó aquella circunstancia dolorosa e inevitable basado en "lo inalterable del tiempo".
Y no tengo dudas de que acepta en silencio que los distintos (él incluído) siempre hacen falta en los equipos de hombres que persiguen metas, utopías o simplemente apuestan a jugar bien.