El patio de un bar, piso de madera, cielo abierto, una
merienda literaria junto a varios compañeros. La propuesta, escribir en cinco
minutos “sin repetir y sin soplar”. Miré alrededor y ví entre algunas flores
las cañas de bambú que decoraban ese lugar.
Pensé, ¿es el mismo bambú con el cual se torturaba a los soldados
americanos capturados durante la guerra en Japón? Dicen que colocaban trozos de
esas cañas debajo de las uñas de pies y manos de los soldados americanos. La
versión trascendió en boca de los muchachos del “Tío Sam”. Quizás por eso años
más tarde confundieron a Vietnam con Japón y los rociaron –una y otra vez- con napalm.
Incluso tras haber detonado Hiroshima y Nagasaki.
Hace pocos días el embajador de Japón ante los Estados Unidos, Ichiro Fujisaki, le regaló al presidente Obama una maceta con pequeños bambú. Le recomendó los
cuidados, “hay que regarlas todos los días en verano” y acotó “dicen que sin esa
atención, el bambú hará raíces debajo de las uñas de su dueño”.
Obama sonrió, al mismo tiempo que comenzaba a disparar la
respuesta, “por si eso llegara a suceder embajador, le recuerdo que los EEUU
jamás dejamos de fabricar bombas…”
Ichiro Fujisaki inclinó su cabeza hacia adelante, en reverencia y luego volvió a mirar a los ojos a Obama. También sonrió y le dijo “gracias señor Presidente, le reitero, debería regar el bambú todos los días en verano y cada tanto en invierno”.
(Postdata: El encuentro Fujisaki-Obama es parte de la ficción.)
(Postdata: El encuentro Fujisaki-Obama es parte de la ficción.)
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