“El
extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde (en inglés Strange Case of Dr.
Jekyll and Mr. Hyde), a veces titulado El doctor Jekyll y el señor Hyde, es una
novela escrita por Robert Louis Stevenson y publicada por primera vez en inglés
en 1886.
Trata
acerca de un abogado, Gabriel John Utterson, que investiga la extraña relación
entre su viejo amigo, el Dr. Henry Jekyll, y el misántropo Edward Hyde.
El libro
es conocido por ser una representación vívida de un trastorno psiquiátrico que
hace que una misma persona tenga dos o más identidades o personalidades con
características opuestas entre sí”.
En cuanto al fútbol, quien escribe dirá que la
experiencia de Jekyll y Hyde es terreno popular y propio. Sin que tal fenómeno
signifique logro o mérito alguno.
“Hoy
tenemos que perder, porque si no nos vamos a ir al descenso la próxima fecha,
contra ellos”. Con esa arenga mamá nos despidió a mí y
a mi hermano la tarde que jugamos contra Racing de Córdoba a fines de 1983. Y
perdimos nomás, hubo una batalla en el Presidente Perón, una catarsis como pocas veces sentí en la piel, con miedo. Al otro día Clarín Deportivo
tituló: “Racing se va con drama” e
ilustró la portada con la foto con Mario Rizzi, el “9” de aquel equipo,
llorando en el túnel.
Pocos días después Independiente derrotó a
Racing -ya descendido- y fue campeón.
Mi vieja fue una adelantada –pacífica- a estos
tiempos donde la realidad, agitada por los medios y redes sociales. Allí se pontifica que el dolor del
rival cotiza tanto como una alegría propia. “¿Perdimos?
¿Y ellos también? Empatamos”, decía Norma. También apelaba al pensamiento
mágico de considerar que si jugaba Independiente contra Boca, su
deseo era una derrota para ambos, aunque fuera imposible. Se conformaba y nos arropaba así.
Y mientras las páginas gloriosas de Racing
quedaban enmohecidas en las vitrinas, Norma nos reclutaba tácitamente para
hinchar por todos los rivales del Rojo.
Como hijo, más de treinta años después y aún
en la piel del reflexivo Doctor Jekyll no puedo analizar objetivamente aquellas
semblanzas que Norma me legó. Y no era violenta, era “tana”
por elección y vocación, con temperamento era de muzzarella
derretida. Apuesto a que hoy se pondría a llorar al ver que gran parte del
“leit motiv” futbolero es la violencia. Que importan más los barras/mercenarios
que los jugadores. Que desde hace años casi no se habla del juego y vale
más cantar “no existís” que festejar una pisada o un caño.
Si los más osados se animan a caminar las calles luciendo la camiseta de su club son blancos móviles de matones. Aunque sean niños los que llevan la casaca que es parte de su ADN.
Si los más osados se animan a caminar las calles luciendo la camiseta de su club son blancos móviles de matones. Aunque sean niños los que llevan la casaca que es parte de su ADN.
Pertenezco a una de esas generaciones donde Racing
e Independiente se identificaban hasta con orgullo, de ser “Los Vecinos”, a razón de la cercanía de los dos estadios de
Avellaneda.
“Vecinos”, un término que pasó de moda
arrasado por la violencia que no sólo se expresa a los tiros sino también
arrojando paquetes de azúcar, o desde el video donde una estrella de rock
cantó hace algunos años: “¡Racing, te vamos a volver a
mandar a la B!”
Incluso desde las tapas de diarios que después
se sorprenden de la violencia a la que ellos mismos invitan. Aún en los canales
de televisión de perfil “serio” donde hay micrófonos y cámaras para que los
hinchas descarguen groserías al "enemigo". Siempre al amparo del “folclore”. ¿Qué diría Atahualpa Yupanqui sobre la violencia que incluso aplica
la Policía para tratar a los hinchas sin tarjeta VIP. Yupanqui es sinónimo de folclore como el fútbol “la expresión cultural de un pueblo”, y allí subyace la violencia.
Desde el almíbar de las letras podría, como
Jekyll y sin mentir, comentar que Ricardo Enrique Bochini es uno de los mejores
jugadores que vi en mi vida. Sí, Bochini el que jamás se burló de Racing siendo
quien le asestó miles de estocadas. Que Hugo Villaverde y Enzo Trossero
escribieron páginas gloriosas en cuanto a la sincronización de los zagueros.
Que soy vecino de Carlos Cecconato, aquel de la formación histórica junto a Micheli,
Lacasia, Grillo y Cruz. Que tuve, integrando el equipo del Banco Río a Claudio
Marangoni -ese “5” de frac y bastón- como entrenador. Compartir prácticas,
pases, jugadas con él me hizo disfrutar una aproximada vivencia al sueño no cumplido de jugador.
En mi faz oscura aparece Hyde, acuñando las
peores temporadas de Racing en contraste con las glorias Rojas. Blanco de las cargadas más reiteradas, obvias, de poco ingenio que me propinaron conocidos
del barrio, de mis trabajos, de los lugares donde estudié.
Desde Hyde consideré la posibilidad de
colgar pasacalles frente a la casa de dos bernalenses. Los mismos que
por décadas me tiraron sal sobre las heridas. Ahí justo sobre el dolor de las derrotas, decenso, la quiebra institucional y el ser conciente de que mi equipo -durante años- no jugó a
nada. El texto de esos carteles
clandestinos, sin fantasmas ni escudos, tendría una pregunta: “Decime: ¿qué
sentís ahora?” No lo hice y no por virtud.
Aprecio que si pretendo considerarme "periodista" corresponderá enfocar, como lo haría Jekyll, otro prisma. Desde allí
citaré algunos nombres de hinchas Rojos con breves referencias. Federico Minig,
por ejemplo, que me agasajó junto a su hermano Patricio en el cumpleaños más
triste de mi vida, allá por 2008. A Rubén, el chofer del remís que tantas
tardes me saca de algún apuro. A Fernando Alonso, uno de esos jefes que
respalda a su tropa hasta poner la mano en su bolsillo para cubrir alguna
emergencia no sólo de viáticos. A Diego Silber, Matías Scilabra, El Elías (@Templario_14)
amigos que Twitter me regaló, a mi vecino René Asán y su hijo Diego, al Tincho De Vedia y Mitre, a Julián Pastore y su familia, a Gabriela
Granata, a Claudio Keblaitis, historiador y dirigente de Independiente que
montado en su coraje -sin medir riesgos- acompañó a Javier Cantero. Y a ese
padre anónimo que el sábado mostró la Televisión Pública llorando, aferrado al
alambrado junto a su hijo.
Con ellos se puede aprender que lo esencial es indiferente
a nuestras camisetas y que 90 minutos de fútbol, no cambian lo que vale realzar. Léase, elevar la vara, profundizar la
comprensión. No es sencillo, sí aconsejable. Implica
resistir la tentación al desquite para no convertirnos en Hyde o empatar con
quienes disfrutan de propinar la gastada cruel que definirá,
inexorablemente, un escenario “A lo Pirro”.
Descendió Independiente. Si en 1983 cuando le
tocó a Racing algún viajante del Tiempo me hubiera dicho: “No llorés, dentro de 30 años se van ellos” no le hubiera creído.
Y para terminar, algo de humor, leí en
Internet esta reflexión de un hincha de Boca: “Que los de River, San Lorenzo,
Independiente y Racing se carguen entre ellos por el descenso, semeja un grupo
de maridos -todos engañados- burlándose entre ellos por la infidelidad de sus
parejas”.
Postdata: Agradezco al prestigioso colega Jorge Viale la sugerencia decisiva para haber podido escribir este posteo.
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