viernes, 21 de junio de 2013

El doctor Jekyll, Mister Hyde y los vecinos



“El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde (en inglés Strange Case of Dr. Jekyll and Mr. Hyde), a veces titulado El doctor Jekyll y el señor Hyde, es una novela escrita por Robert Louis Stevenson y publicada por primera vez en inglés en 1886.
Trata acerca de un abogado, Gabriel John Utterson, que investiga la extraña relación entre su viejo amigo, el Dr. Henry Jekyll, y el misántropo Edward Hyde.
El libro es conocido por ser una representación vívida de un trastorno psiquiátrico que hace que una misma persona tenga dos o más identidades o personalidades con características opuestas entre sí”.

En cuanto al fútbol, quien escribe dirá que la experiencia de Jekyll y Hyde es terreno popular y propio. Sin que tal fenómeno signifique logro o mérito alguno.

“Hoy tenemos que perder, porque si no nos vamos a ir al descenso la próxima fecha, contra ellos”. Con esa arenga mamá nos despidió a mí y a mi hermano la tarde que jugamos contra Racing de Córdoba a fines de 1983. Y perdimos nomás, hubo una batalla en el Presidente Perón, una catarsis como pocas veces sentí en la piel, con miedo. Al otro día Clarín Deportivo tituló: “Racing se va con drama” e ilustró la portada con la foto con Mario Rizzi, el “9” de aquel equipo, llorando en el túnel.

Pocos días después Independiente derrotó a Racing -ya descendido- y fue campeón.

Mi vieja fue una adelantada –pacífica- a estos tiempos donde la realidad, agitada por los medios y redes sociales. Allí se pontifica que el dolor del rival cotiza tanto como una alegría propia. “¿Perdimos? ¿Y ellos también? Empatamos”, decía Norma. También apelaba al pensamiento mágico de considerar que si jugaba Independiente contra Boca, su deseo era una derrota para ambos, aunque fuera imposible. Se conformaba y nos arropaba así.
Y mientras las páginas gloriosas de Racing quedaban enmohecidas en las vitrinas, Norma nos reclutaba tácitamente para hinchar por todos los rivales del Rojo.

Como hijo, más de treinta años después y aún en la piel del reflexivo Doctor Jekyll no puedo analizar objetivamente aquellas semblanzas que Norma me legó. Y no era violenta, era “tana” por elección y vocación, con temperamento era de muzzarella derretida. Apuesto a que hoy se pondría a llorar al ver que gran parte del “leit motiv” futbolero es la violencia. Que importan más los barras/mercenarios que los jugadores. Que desde hace años casi no se habla del juego y vale más cantar “no existís” que festejar una pisada o un caño. 

Si los más osados se animan a caminar las calles luciendo la camiseta de su club son blancos móviles de matones. Aunque sean niños los que llevan la casaca que es parte de su ADN.

Pertenezco a una de esas generaciones donde Racing e Independiente se identificaban hasta con orgullo, de ser “Los Vecinos”, a razón de la cercanía de los dos estadios de Avellaneda.
“Vecinos”, un término que pasó de moda arrasado por la violencia que no sólo se expresa a los tiros sino también arrojando paquetes de azúcar, o desde el video donde una estrella de rock cantó hace algunos años: “¡Racing, te vamos a volver a mandar a la B!”

Incluso desde las tapas de diarios que después se sorprenden de la violencia a la que ellos mismos invitan. Aún en los canales de televisión de perfil “serio” donde hay micrófonos y cámaras para que los hinchas descarguen groserías al "enemigo". Siempre al amparo del “folclore”. ¿Qué diría Atahualpa Yupanqui sobre la violencia que incluso aplica la Policía para tratar a los hinchas sin tarjeta VIP.  Yupanqui es sinónimo de folclore como el fútbol “la expresión cultural de un pueblo”, y allí subyace la violencia.

Desde el almíbar de las letras podría, como Jekyll y sin mentir, comentar que Ricardo Enrique Bochini es uno de los mejores jugadores que vi en mi vida. Sí, Bochini el que jamás se burló de Racing siendo quien le asestó miles de estocadas. Que Hugo Villaverde y Enzo Trossero escribieron páginas gloriosas en cuanto a la sincronización de los zagueros. Que soy vecino de Carlos Cecconato, aquel de la formación histórica junto a Micheli, Lacasia, Grillo y Cruz. Que tuve, integrando el equipo del Banco Río a Claudio Marangoni -ese “5” de frac y bastón- como entrenador. Compartir prácticas, pases, jugadas con él me hizo disfrutar una aproximada vivencia al sueño no cumplido de jugador. 

En mi faz oscura aparece Hyde, acuñando las peores temporadas de Racing en contraste con las glorias Rojas. Blanco de las cargadas más reiteradas, obvias, de poco ingenio que me propinaron conocidos del barrio, de mis trabajos, de los lugares donde estudié.
Desde Hyde consideré la posibilidad de colgar pasacalles frente a la casa de dos bernalenses. Los mismos que por décadas me tiraron sal sobre las heridas. Ahí justo sobre el dolor de las derrotas, decenso, la quiebra institucional y el ser conciente de que mi equipo -durante años- no jugó a nada.  El texto de esos carteles clandestinos, sin fantasmas ni escudos, tendría una pregunta: “Decime: ¿qué sentís ahora?” No lo hice y no por virtud.

Aprecio que si pretendo considerarme "periodista" corresponderá enfocar, como lo haría Jekyll, otro prisma. Desde allí citaré algunos nombres de hinchas Rojos con breves referencias. Federico Minig, por ejemplo, que me agasajó junto a su hermano Patricio en el cumpleaños más triste de mi vida, allá por 2008. A Rubén, el chofer del remís que tantas tardes me saca de algún apuro. A Fernando Alonso, uno de esos jefes que respalda a su tropa hasta poner la mano en su bolsillo para cubrir alguna emergencia no sólo de viáticos. A Diego Silber, Matías Scilabra, El Elías ‏(@Templario_14) amigos que Twitter me regaló, a mi vecino René Asán y su hijo Diego, al Tincho De Vedia y Mitre, a Julián Pastore y su familia, a Gabriela Granata, a Claudio Keblaitis, historiador y dirigente de Independiente que montado en su coraje -sin medir riesgos- acompañó a Javier Cantero. Y a ese padre anónimo que el sábado mostró la Televisión Pública llorando, aferrado al alambrado junto a su hijo.

Con ellos se puede aprender que lo esencial es indiferente a nuestras camisetas y que 90 minutos de fútbol, no cambian lo que vale realzar. Léase, elevar la vara, profundizar la comprensión. No es sencillo, sí aconsejable. Implica resistir la tentación al desquite para no convertirnos en Hyde o empatar con quienes disfrutan de propinar la gastada cruel que definirá, inexorablemente, un escenario “A lo Pirro”.

Descendió Independiente. Si en 1983 cuando le tocó a Racing algún viajante del Tiempo me hubiera dicho: “No llorés, dentro de 30 años se van ellos” no le hubiera creído.

Y para terminar, algo de humor, leí en Internet esta reflexión de un hincha de Boca: “Que los de River, San Lorenzo, Independiente y Racing se carguen entre ellos por el descenso, semeja un grupo de maridos -todos engañados- burlándose entre ellos por la infidelidad de sus parejas”.


Postdata: Agradezco al prestigioso colega Jorge Viale la sugerencia decisiva para haber podido escribir este posteo.



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