viernes, 6 de abril de 2012

La pregunta del tío Ugo



Ugo Ferrari (así sin H) era un tío lejano que vivía en Turín. Fratello, no sacerdote, políglota y profesor del Colegio de la Sagrada Familia. Visitó la Argentina dos veces, la última en 1979 y estuvo en mi casa. Llegó con obsequios esperados, las camisetas de Franco Causio, Dino Zoff y otros célebres jugadores italianos que participaron en el Mundial 78 y luego se coronaron campeones en España 1982. Los hijos de esos players asistían al colegio donde él dictaba clases en Turín y Ugo les pidió las casacas originales. Inquieto, investigador, con su dominio de varios idiomas (español, inglés, latín, francés e italiano) también nos acercó bibliografía, revistas, diarios de Italia. “Luigi, tú que estudias periodismo, ¿qué me dices de esto?”. Ugo me acercó un tabloide blanco y negro con un título a cuatro columnas: “Madri di Plaza de Mayo, ¿per coloro che piangono?" Léase “Por quien lloran las Madres de Plaza de Mayo”.
Leí con asombro, candor, corría 1979 y en realidad yo quería que me hablara de los hijos de los futbolistas tanos, de la familia Agnelli, de Enzo Ferrari y de la casa de mi abuelo Juan Pablo Viotti en Asti, hecha de piedra sobre piedra, en plena campiña de vid.
Pero aquel impreso no era la única información que manejaba el tío Ugo y cada tanto, incluso en reuniones familiares, con tacto, les preguntaba a todos qué era lo que estaba pasando más allá del Mundial, la aparición mágica de Diego Maradona y las huellas del Piamonte en el Conurbano. Visitó varios colegios de la orden de La Sagrada Familia, en esa recorrida me llevó a Uruguay -ahí tomé por primera vez un avión- y también a Azul, provincia de Buenos Aires fue, en el único coche que tuvo mi viejo (una 128 familiar). “Luigi, a 80 km por hora se consume la “bencina” (nafta) exacta" repetía durante el viaje.
A lo largo de la Ruta 3, cuando Ugo se dormía, pisaba el acelerador y el despertaba “¡Luigi, por favor! ¿Si?” y yo regulaba. Casi al llegar a Azul Ugo se durmió profundo, tanto que no reparó en el "stop" que nos ordenó una patrulla del Ejército.  Ante mi fastidio inocultable -pero nada más que una mueca- los amables oficiales me bajaron de los pelos y practicaron un rato de fútbol. Fuí el balón ocasional.
Ugo despertó, zamarreó a un sargento, le habló en inglés, francés e italiano, mostró su pasaporte y su biblia. “¡Soy sacerdote italiano signore!” les espetó.
Quizás por el "espíritu católico, apostólico y romano" de aquel Ejército, ellos frenaron la golpiza y nos dejaron partir. De nuevo en la ruta me tocó la cabeza “¿Más tranquilo?. Va bene...” Y se volvió a dormir.
Además de Azul, lo acompañé a la Exposición Rural de Palermo, a la Plaza de Mayo, visitó parientes, entidades italianas y semanas después regresó a Turín. Antes de cerrar su valija, tomó uno de sus marcadores rojos (le gustaba subrayar textos importantes con sus impecables fibras) y me dejó el semanario que preguntaba por quién lloraban las Madres… “¡Leé Luigi!, es importante”.
Lo acompañamos a Ezeiza, comitiva familiar, vuelo de Alitalia. Saludamos desde la terraza del aeropuerto, la misma desde donde se vitoreaba a boxeadores o equipos de fútbol que regresaban triunfantes, la terraza ya no existe.
De vuelta en Bernal, mi mamá agarró ese semanario del título subrayado en rojo y otros textos, los arrojó al fuego y apoyó su dedo índice sobre sus labios.“Esto es para problemas” sentenció, y no hubo derecho a réplica. Mi vieja en algunas circunstancias no daba explicaciones.

3 comentarios:

  1. Lindísimo relato Luis, que nos cuenta a muchos que fuimos chicos en la época terrible y la realidad nos dejó fotos en episodios fugaces. Te felicito, buen blog!

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  2. Muy buena pintura de los años de cólera. Por suerte no tuve que vivir esa época en la Argentina, y la veo como un pasado cercano pero irrepetible.

    Con tres actitudes nos describió los 70. La de su tío, que desde afuera veía más que muchos que estaban aquí. La de la patrulla del Ejército, siempre atentos a divertirse. Y la de su madre, que consciente o no del terror los quiso proteger a todos.

    Un abrazo, y gracias por compartir estas anécdotas.

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  3. La terraza ya no existe... Hermoso, Luis.

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