martes, 11 de diciembre de 2012

"Paletas de pintor"




Hypoestes o "paletas de pintor", hojas de color y luz.


Adelino Carrá es un tipo ermitaño que no conjuga el presente. Vive en mi barrio, lejos de casa. Cuando sale a caminar es capaz de tocar el timbre un domingo a las 8 de la mañana para exigir mates o algo fresco. Los jugos de naranja los pide en invierno con hielo y bajo el sol de noviembre, hasta marzo, reclama mates con cascarita de naranja o algunas hojas de “Chofitol”. A la hora de esa ingesta suele recordar que hace años me obsequió una planta, sonríe ante la duda de no poder precisar si fue en 2001 o en 1989.
Adelino considera casi inútil el diálogo y a quienes confía de su aprecio les dedica monólogos. Alguna vez dijo que él “aprendió así”. Quizás permite hacer alguna pregunta, de tanto en tanto.
Ayer, de paso en su camino a la ribera quilmeña, me obligó a madrugar. “Es un día para desayunar con el sol”, saludó. Fue al patio y tomó una silla:“¡Pensar que hace un rato allí estaban las estrellas, lo más campantes!” miró el cielo y encendió un cigarrillo que traía en la oreja. 
Sus visitas pueden ser frecuentes o también desaparecer por meses. Jamás lo aceptará, cada charla, en realidad la introducción a sus discursos, tiene un común denominador: “Ayer...” arranca y luego deja una pausa. No fue la excepción esta visita. “Ayer… le dije que esas plantas van a la sombra” y corrió las macetas donde están las Hypoestes o “Paletas de Pintor”.  “Haga los esquejes, se va a pasar la fecha”.
Mientras preparaba el mate, Adelino decidió poner sus manos a la jardinería, y sacó un cortaplumas de su bolsillo. Cortó ramitas de la planta, armó prolijo los esquejes. “Traiga tres macetas chicas, un poco de leca y tierra negra. ¿Juntó el agua de la tormenta de ayer? Las plantas gustan beber sin cloro a diferencia nuestra”. La referencia fue para el diluvio del jueves. Algunos de sus consejos los sigo al pie de la letra, por eso en dos baldes había agua de lluvia.
Adelino acomodó las macetitas con sus “Paletas de Pintor” en estado de niñez. Siguió fumando tranquilo mientras miraba las plantas. Ya me había sacado dos cigarrillos, me di cuenta porque tenía uno en cada oreja. Tomó el primer mate.
-¿Qué yerba es?, ahh, me hizo caso. ¿Compró Playadito?”
Tomo esa marca desde hace dos años a sugerencia de Adelino.
“Mire los esquejes, ¿se da cuenta? Invitan a soñar, son como los niños” sentenció.
A diferencia de otros monólogos le pude cruzar una pequeña chicana: “¡No! Los niños se expresan, hacen ruido, se ríen, corren..." Adelino apagó el cigarrillo, prolijo, sobre el cenicero, sin dejar de mirar las tres macetas. “Verá que no es así. Las plantas, como los niños, no nos piden venir al mundo. Las traemos nosotros, si hablamos de jardines, ciudades o los pueblos”. Planteó la hipótesis, se venía el teorema.
“Las plantas cuando pequeñas son cachorros, por lo tanto son niños. Nos resultan divertidas, poseen candor, sus primeros brotes emergen de la tierra con fuerza... Es como el primer llanto de un bebé.  Desde allí, durante algún tiempo, van a exigir máximos cuidados. Y le doy la ventaja de no hacer referencia a que en la germinación podríamos también considerarlas 'personas por nacer'.
Una ecografía de las semillas o brotes lo verificarían. ¿No?”, tomó el tercer mate.
“Las plantas, niños o cachorros son simpáticos por naturaleza. Pero no hay una cuestión de histrionismo en esa etapa de su existencia. La simpatía es una forma de comunicación. Una herramienta como el lenguaje, el llanto, el famoso ‘pedido del límites’ sobre el cual los psicólogos o esos entendidos de la TV hacen gala como si hubieran descubierto los secretos del universo.
La planta, el niño o los cachorros exhiben la enseñanza de su mismo aprendizaje”. Quizás percibió mi mueca de incredulidad porque me acercó el mate y dejó la palma de la mano elevada ordenando tiempo de espera.
“Ellos necesitan ayuda para comenzar su vida, pero portan una certeza. Es tiempo de vivir, lo comunican muy simple. Alimento, abrigo, cuidado, afecto. Cuatro claves”.

Adelino hace gala -sutil y tácitamente- de su percepción. Se sabe considerado y respetado por sus reflexiones. A tal punto que la única vez que en su vida llegó a pelearse con otra persona a golpes de puño fue porque su interlocutor lo insultó con sorna. “¡Me dijo intelectual con tonito sobrador!”, recordó hace años y le creo.
Tuve presente esa anécdota mientras él acomodaba otras plantas de mi patio.
“Las plantas, los niños, los cachorros dejan en algún momento de ser pibes, pero ese fenómeno no se da de la noche a la mañana, sucede como con las edades históricas. La caída de Constantinopla, por ejemplo, marcó el fin de la Edad Media. Pero la cosa venía de mucho antes, sólo que se toma es punto de referencia arbitrariamente”, jugó con el humo del tabaco. Miró otra vez el cielo y continuó: “Con los pibes pasa lo mismo, hay padres que se olvidan de sus edades históricas y se lamentan porque los hijos se pusieron un arito, contestan mal, discuten todo y otros brotes de carácter. 
Se olvidan, ignoran o no se dan cuenta que las macetas, las correas de paseo, la ropa de esas criaturas ya les quedaron chicas y pasan revista, factura y reclamos.  Piden enseñanza, silencios, afecto, palmadas en la espalda o llamadas de atención a tiempo. En su lenguaje, piden riego, cuidados, criterio”.
“Y están los padres con amnesia sobre sus yerros del ayer. Son los que no vieron que eran el árbol y no el bosque. Que gozaban de derechos y horizontes infinitos en esa condición de plantas. En el valor del óxigeno, del agua sin cloro, del alimento en su justa medida. De ponerse al sol con cuidado y reservar energías para el invierno”.

Disfruto de los monólogos de Adelino, lo sé casi invencible a la hora de las chicanas pero lo intento siempre y a él le gusta el envite. “Menos mal que las plantas no hablan y las mascotas a lo sumo ladran o maúllan” le disparé mientras él tomaba el paquete de cigarrillos y elegía otros cuatro.
“¿Usted cree? ¿No conoce gente a la que jamás le florece una sola planta? Esos que necesitan de jardineros para armar un parquecito respetable. Dependientes absolutos de que otros preparen todo y los cuiden siempre? ¿No conoce 'dueños' a las que sus perros los quieren menos que al chico que los pasea?
Si esas no son formas de expresión, dígame dónde las puedo encontrar”.
Y se quedó en silencio. Miró las plantas y corrió su silla para pararse. Despedida inminente, al estilo de Adelino, con un “¡que pase bien!” ese saludo que adoptó en un viaje a Uruguay.

“Las edades históricas son un viaje de ida, es aconsejable no perderse el paisaje ni a los pasajeros. Los niños, las plantas, los cachorros lo saben, quizás por intuición. Los mejores tramos, incluso los más tristes de la vida los tamizan en algún momento desde el prisma de quién los cuidó. Si hubo ausencia, ellos serán letales en el registro”, acarició una “Alegría del Hogar” y me miró. “Nada más expresivo que esta flor, nada más frágil. Hay que cuidarlas para que brillen con su propia energía”, buscó la puerta.

Levantó la mano izquierda con un leve movimiento, caminó hacia la puerta. Sin darse vuelta me dejó una postdata en su estilo. “Muy bonito su jardín. Me hizo caso, agua de lluvia, algún recorte de brotes. El sol en su punto exacto...” y acotó “ayer... lo ví a su hijo, iba sonriente, tenía luz en la mirada. Me parece que ahí me hizo caso también, el pibe me dijo que comparten algo de rock y lecturas. 
No es poca cosa. Corregir a tiempo es un ejercicio que honra la vida.  ¡Que pase bien!”. 

3 comentarios:

  1. Magnífica reseña entre retoños. los de la vida y de la naturaleza. o lo que es lo mismo. me gustan las historias comunes y ese toque intrínseco propio de un alma sensible. abrazo amigo!

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  2. Magnífico relato sobre retoños, los de natura y los de la vida. O lo que es lo mismo. Me gustan los relatos de historias comunes, simples y al mismo tiempo profundas, con ese toque intrínseco propio de un alma sensible. Abrazo amigo!

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