sábado, 12 de enero de 2013

Un DT de los queribles, Hugo Manuel García




Una sonrisa amplia luego de lograr el ascenso con el QAC en 1991.

Con algo de imaginación se lo podría escuchar hoy diciendo “¡Me dejan de joder con Internet!” Damos fe que años antes de que nos "gobernara" Google, él tenía en su mente un registro completo de partidos, jugadores, fechas, incidencias o anécdotas de todas las categorías del Fútbol Argentino. Práctico y bohemio, Hugo Manuel García se diplomó como un personaje querible del fútbol, en los capítulos de este juego todavía inmunes al resultadismo. 
Para las generaciones más jóvenes, que no lo conocieron, diremos que su paladar estaría lejos de la arrogancia e individualismo de Cristiano Ronaldo (CR7).

Hugo privilegiaba “el grupo”, armado con recetas y alquimia “potreriles”, desde la convicción y el respaldo a un compañero, con el vestuario hermético a la hora de los “dimes y diretes”. Así alcanzó a ser profeta en su Quilmes y le costó tanto esfuerzo, que su grito en la tarde donde el Cervecero logró el ascenso en 1991 debió sacudir las agujas de algún sismógrafo. Estaba a cuatro pasos de su banco cuando el juez Juan Carlos Demaro pitó el final. Trabajé en la "apoyatura de campo" de la transmisión que Daniel Dalto condujo por FM Sur.  Me quedé inmóvil viendo como ese hombre elevaba sus brazos, llorando. Es una de las aguafuertes más significativas que sentí en el ejercicio de mi labor profesional. 
Enseguida lo abrazaron todos, su cuerpo técnico, utileros, dirigentes y allegados.

Fue una “montaña humana”, los cercanos sabían los costos, sueños, tristezas, rabietas y energías que le demandó a Hugo tal logro. En pocas ciudades argentinas la vida es tan intensa y cerrada a sus propios fenómenos como en Quilmes. Ni que hablar para un nativo -e hincha del QAC- con la responsabilidad de conducir a ese equipo.
Me tocó seguir el “día a día” de aquella campaña que intentó cicatrizar las heridas que había dejado el ascenso perdido a manos de Huracán y Lanús en primera y segunda chance pocos meses antes. Con Hugo Tocalli primero y luego de la mano de García. Me habían hablado de él pero recién lo conocí cubriendo los entrenamientos. El jugó al anticipo, me escuchaba en la radio. Porque era un pasionado de cuanta información le pasara cerca, con la misma intensidad se enojaba bastante. Se reconocía "fastidioso" ante críticas o cuando perdía los encendedores. 

Me daba  una nota por semana y alguna broma cada tanto. “¡Sos Mate (simpatizante de Argentino de Quilmes) y de Racing! Autalán, vos sí que la elegiste difícil...” me decía. Respetuoso del “off the record” y terminante a la hora de considerar que se había abusado de su confianza, si Hugo miraba fijo algún punto perdido o cara a cara había pronóstico de tormentas.
“¿Qué carajo hacés acá?” me gritó en un descampado de Berazategui donde había llegado con el móvil de la radio. Quilmes venía de una derrota complicada ante Italiano, en el tramo final de ese campeonato de 1991. Hugo le escapó ese lunes a las paredes "que todo escuchaban en Guido y Sarmiento".  Llegué a ese baldío por el dato gentil de “Las Tías”, las señoras que lavaban la ropa del equipo en el Viejo Estadio, con ellas también tenía trato cotidiano.

Y elegí la verdad: “vine a trabajar Hugo”. Apretó la pelota que tenía en las manos y disparó “¡Quedate lejos, no rompas!” La única opción era aceptar su sugerencia. Y así fue, anoté lo que el equipo hizo en esa práctica. La charla con los jugadores duró más que los ejercicios.
Cuando terminaron algunos muchachos me saludaron con la mano, otros guiñando un ojo, todos en silencio. El se retiró último, fumando. Me pasó cerca, sin hablarme, pero regresó. “Valoro que hayas venido hasta acá. No sé cómo te enteraste, ni me importa. ¡Ya sé! es tu trabajo. ¿Así que dentro de poco cumplís años? Es justo el día que jugamos con Almirante Brown, lo escuché cuando boludeaban el otro día en la radio”. 
Sonreí y nada más.

Pasaron las semanas y llegó el partido con el equipo de Isidro Casanova, juego complicado por los nervios imaginables del equipo y la angustia de los hinchas de Quilmes. Un gol de Mario Gómez selló el destino y festejó la ciudad.

Además de la “apoyatura de campo” me tocó cubrir los festejos desde la peatonal Rivadavia así que me fui rápido de la cancha, antes recibí el abrazo de Juan Carlos Kerle, con sus cachetes rojizos al máximo. Familiar e incondicional de Hugo, entrenador de la reserva quilmeña que también dio la vuelta olímpica esa tarde, Kerle fue ayudante de campo, y años después con Walter Barraza fundaron la Escuela de Técnicos "Hugo Manuel García".  

Llegué al centro de Quilmes con bronca por el destino periodístico asignado y la neurona atenta a la transmisión por si me convocaban. Difícil, todo pasaba por Guido y Sarmiento. Ahí escuché a Hugo hablando con Daniel Dalto, Romeo Roselli y Sergio Fiorentino en vestuarios, era la entrevista al Campeón.

Sus palabras mezclaron la emoción con la táctica, cosas que sólo permite ligar el fútbol. Era su momento de gloria y pidió una postdata: “Sergio, si me permitís, quiero decir algo más. Ayer como todo el año vinieron dos chicos a la concentración en SETIA. Uno de ellos hoy cumple años y yo le había prometido un regalo. Bueno acá está: ¡el campeonato de Quilmes también es para Luis Autalán!”

Directo al sentir y a la emoción. En su memoria de "Google humano", en su momento de gloria, Hugo Manuel García compartió conmigo parte de su epopeya. Imposible de retribuírselo, ése gesto fue un rasgo de su alma.

El afecto por él y su familia perduran, de memoria y corazón, como a él le gustaba.


(Nota: En enero de 1993 Hugo Manuel García sufrió un accidente y perdió la vida viajando hacia Santa Fe sobre la Ruta 9, en aquel momento dirigía a Colón. 
Allí, como en cada club donde trabajó, se lo recuerda con afecto y respeto.)


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