martes, 1 de enero de 2013

Sin careta




Alguna vez Miriam Varela periodista y ex compañera escribió que “no corresponde caer en la tentación de transformar en héroes a las personas sólo por el hecho de haber fallecido” y tomé esa idea como propia. En otra ocasión alguien me dijo: “semblantear mensajes en las redes sociales para los muertos es una exhibición pública innecesaria”. ¿Políticamente correcto? Sí.
Ocurre que hace un año que nos dejamos de hablar y es mucho tiempo.

¿Sabés que nunca analizamos algunas contracaras de la vida?

Supe que fuiste un niño sin niñez, molido a palos muchas veces porque así se los "criaba" donde naciste. Eran chicos que no iban al jardín o a preescolar, aprendían en otra realidad. Y así una vez estuviste perdido durante dos días en el bosque santiagueño, tenías cinco años. Un pibito que se levantaba a las 6AM y encendía el fuego para calentar agua y que su papá tomara mate.

A mí me brindaste otras chances para crecer.

Corro el ego a un costado, no pretendo estética, sólo expresarte algunas cosas, otras, como te dije cuando viajé a México, ya dejaron el punto caramelo y quedarán pendientes.  Había una caja enorme de “por qué” en el garage, la dejé en la esquina esperando que algún carrito se la lleve sin revisar demasiado qué contiene.

Un año después alguien -desde las sombras- me disparó que fui ingrato con vos. Corro al costado la intención de hacerme daño que tuvo con esa frase, me pegó donde duele. 
El maltrato pudo ser la rebeldía, elegir siempre lo opuesto a vos extendiendo la rivalidad hasta el fleje. Vos hincha de Quilmes, yo simpatizante de "Los Mates", pelo largo en la adolescencia, alfonsinismo para enfrentar tu peronismo, rock en inglés contra tu colección de “Argentina Canta Así”, tan llena de folclore con Falú, Los Fronterizos, Los Huanca Huá, Mercedes Sosa, etc.
Rebeldía, ya de adulto, al sentir que no me tuviste confianza y que no hallé los caminos hacia las cosas para compartir. Mi hermano me sacó dos vueltas ahí, ya era ingeniero en alimentación y aprendió tu oficio: electricista. Hicieron la instalación de su casa juntos. ¡Vaya logro!

Yo no sé cambiar un tapón, ni verificar un positivo, un negativo, o arreglar una reactancia.

Eso no quita que cuando paso por una ferretería me duele pensar que no pudiste cumplir el sueño de tener un negocio así. Duele como ver a otros padres e hijos que sí "funcionan" como dupla o sociedad. ¡Fijate que hasta en la película “El Gran Pez” de Tim Burton el hijo puede reconciliarse con su padre segundos antes de la muerte! 

Nosotros discutimos feo en la noche previa a tu partida.

Heredé esa concepción tuya, tan errada, sobre que “los hijos son de la madre”. Algo que se paga caro. Es mi culpa claro, uno decide. Y te digo hoy que no aprendí  a ser hijo y soy padre. Licencias que te da la vida. ¿Qué ironía no? Como la de prender esta noche todas las luces de la casa esperando que me digas “¡apagá la usina carajo!” Ese latiguillo tan tuyo como la costumbre de desnudar mis anécdotas vergonzantes en las visitas de alguna novia. 
Me dicen en voz baja -con discreción- que hago algo parecido a eso también...

“Pensá que tu papá siente miedo, está solo y viejito” me dijo una mujer que amé y no le hice caso. Inflexible para no perdonarte lo que quizás debí perdonar.  Lo digo hoy sin que la mochila se alivie un solo gramo de su peso. Ni aunque me abrace al recuerdo de aquel viaje relámpago que compartimos a Santiago del Estero cuando el diario "El Liberal" inauguró su planta impresora. 
El medio donde trabajaba hace años me envió con una plaqueta y tuve que decir algunas palabras ante 1.500 invitados. Vos no estabas en el acto pero lo escuchaste por Radio Nacional de Santiago. Conté una breve historia, que llegaba allí como representante editorial de un diario, para rendir homenaje a otro matutino del cual por esas cosas "mi viejo había sido canilita".
Gustó tanto la anécdota que la publicaron, guardaste el recorte y nunca lo encontré.

Fue un momento feliz que nos reservamos. El resto a esta altura es inevitable, te fuiste con pena. Tan harto de mis errores, como tan harto yo de los que considero tuyos. ¿Querés algún ejemplo tonto? Vos tan “bilardista” como para decirme que "Menotti fue el DT de la dictadura" y yo para recordarte que fuiste a la cancha conmigo para alentar a esa Selección en 1978. 
Utilizar ese lindo juego para dirimir rencores quizás nos descalifica a ambos.

Aun considerando que la muerte -sin dudas- es resultadista.

Y no hay solución, quedaron las ironías "del destino" a la vista, muchas veces me olvidé la fecha de tu cumpleaños, te habrá dolido, pero nunca un reproche. Este año me acordé. 

¿Negociamos? Sé que no fui el hijo que hubieras soñado. Elegí el rencor y el silencio, como en las victorias “a lo Pirro” no hubo ganadores, creo que perdimos los dos.
Soy de "lágrima fácil", sensible como vos algo que no es virtud ni un don. Y no te lloré, no pude, el día que te fuiste. Solo alguna lágrima se escapó cuando los compañeros del diario BAE llegaron en comitiva solidaria a tu velatorio para acompañarme, se vinieron a Bernal.

Y fijate que aprendí a hacer asados con fuego lento, por el agasajo a la gente con la que se disfruta una mesa. Y me dejé el bigote, me parezco a vos, casi tan pelado como vos. Hay algo más que no sabés, la primera vez que me convidaste un cigarrillo sentí que me diplomabas de "Autalán". 

“Algún día cuando seas padre se te va a caer la careta” me dijiste tantas veces. Me la saco hoy, lo dejo por escrito. Creo que no hicimos todo lo que pudimos. Pero coloqué tus libros, el “Martín Fierro” y otro sobre Evita en mi biblioteca. Puse flores y plantas en la casa que levantaste con mamá vía Banco Hipotecario y “por la gestión de Perón” como decías golpeándote el pecho.

Imagino tu sonrisa cuando me cruzo con alguien para defender a este Gobierno. ¿Tarde no?

Ya sabés que tuvimos muchísimas -enormes- diferencias pero te quiero. Hace un año el destino quiso que te encontrara tirado en tu pieza, en esa habitación a la que no entré durante meses por angustia y tristeza. Esa mañana entendí algo irreversible, que todo tiene un final.

Y voy a dejar las luces prendidas.

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